Diego Basalenque, salmantino de nacimiento, emigró a Nueva España con su familia cuando apenas contaba nueve años, respondiendo a la llamada de uno de sus tíos, un potentado del virreinato mexicano. Se codeó con la élite cortesana, formándose con los jesuitas de la ciudad de México, destacando por su brillantez. Con solo 16 años de edad decidió ingresar en la orden de San Agustín, y en 1594 profesó sus votos. A partir de ese momento, simultaneó sus estudios mayores en Arte y Teología con la docencia de Gramática y Retórica a alumnos, incluso mayores que él. En los años siguientes, compaginó su labor docente con cargos orgánicos dentro de su orden en la provincia de San Nicolás de Tolentino de Michoacán –de reciente creación (1621), tras la división de la primitiva provincia agustina de México–, llegando a alcanzar el título de provincial (1623) por aclamación. Durante su gestión defendió encendidamente la igualdad del clero criollo frente al de origen peninsular –pretiriendo su pertenencia a este último grupo–. Este posicionamiento le valió la animadversión de gran parte de sus compañeros, motivo por el cual, tras abandonar su cargo, pasó el resto de su vida en una especie de exilio –quizá más voluntario que impuesto– en el norte del Virreinato, primero en Zacatecas, donde entró en contacto con los mineros, y después –y hasta su muerte, tras rechazar un obispado– en el convento de San Miguel Arcángel (Charo, Michoacán), donde escribió la mayor parte de su obra. Murió en olor de santidad el 12 de diciembre de 1651.
Parece que fue un prolífico escritor, sin embargo, solo se conservan tres de sus obras. La cantidad no va en detrimento de la calidad, de hecho, una de estas obras, Historia de la provincia de San Nicolás de Tolentino, que no solo versa sobre la historia de su provincia, es considerada como una de las mejores y más completas crónicas de la etapa virreinal. Las otras dos obras se dedican a la descripción de lenguas indígenas: la primera, Arte de la lengua matlaltzinga, sobre lengua hablada en la ciudad que le sirvió de retiro, conservada en un manuscrito de 1640 y que no fue impresa y editada hasta 1975. La segunda –Basalenque afirma que no la empezó hasta que terminó completamente la anterior– se titula Arte de la lengua tarasca. Esta obra debió de ser un ejercicio más intelectual que práctico, pues nuestro autor no había entrado en contacto nunca con ese pueblo, para lo que, al parecer, se basó en la obra de fr. Maturino Gilberti (1507 o 1508-1585) y en la de fr. Juan Baptista de Lagunas (ca. 1530-1604). Apareció publicada por primera vez en 1714.
Jaime Peña Arce