Francisco Antonio Berra fue un pedagogo e historiador argentino, activo durante la segunda mitad del siglo XIX, que vivió a caballo entre este país del Cono Sur y el vecino Uruguay, nación a la que siempre consideró como su segunda patria. Nuestro protagonista vio la luz en la localidad de San Miguel del Monte (provincia de Buenos Aires), en 1844, dentro de un hogar de emigrados españoles de origen vasco. En su localidad natal residió hasta 1852, fecha en la que la familia se trasladó a la pequeña ciudad uruguaya de Salto, donde el joven Francisco pasó el resto de su infancia y su adolescencia; esa trayectoria vital de sus primeros años, que tuvo como escenario el agro del Río de la Plata, alejado de los grandes núcleos urbanos y anclado en los valores más tradicionales, marcará su concepción política y social en fechas posteriores. En 1862, asentado en Montevideo, cursó los estudios preparatorios y la carrera de Derecho, disciplina en la que se licenció en 1872. Las enormes turbulencias por las que atravesaron Argentina y Uruguay (pronunciamientos, guerras civiles, intervenciones militares de países extranjeros…) hasta lograr estabilizarse, ya en el último cuarto del siglo XIX, influyeron hondamente en la personalidad de Berra; por ello, apostó siempre por la expansión de la educación y defendió unos ideales políticos conservadores, en oposición a las ideas más innovadoras, que se iban aclimatando en las bullentes ciudades rioplatenses –Buenos Aires y Montevideo–, cuyo poder e influencia iba eclipsando, gracias a las enormes oleadas de emigrantes europeos, a los territorios del interior, con los que nunca, desde la marcha de los españoles, habían tenido una relación fluida. El bonaerense compaginó, a lo largo de toda su vida, sus quehaceres laborales, relacionados con el periodismo y la abogacía, con el ejercicio de la pedagogía (desde un punto de vista teórico) y con el estudio de la historia. A comienzos del decenio de 1880, y debido a su oposición al gobierno de Máximo Santos (1847-1889, presidente del Uruguay entre 1882 y 1886), hubo de exiliarse a Argentina –concretamente, a la ciudad de La Plata–, donde fue nombrado director general de escuelas de la provincia de Buenos Aires. Posteriormente, volvió a Montevideo, ciudad en la que vivió hasta comienzos del siglo XX, momento en el que regresó a La Plata; y allí murió, en 1906, con 62 años.
El trabajo filológico de este autor fue escaso y cristalizó en su Enseñanza de la lectura y la logografía. Instrucciones para los maestros, cuya edición príncipie vio la luz en 1884, que proponía la adopción de un novedoso método de aprendizaje de la lectura, basado en la palabra, como punto de partida, para llegar a la significación en la escritura. Esta obra fue reeditada en fechas inmediatas: la segunda edición reimpresa (J. Peuser, Buenos Aires) data de 1886, y la segunda edición mejorada por el autor (Ángel Estrada, Buenos Aires), de 1887.
Jaime Peña Arce