Manuel de Larramendi fue un religioso, erudito, polígrafo, folklorista, lexicógrafo, gramático y escritor español del siglo XVIII, además del mayor impulsor de la lengua y la cultura vasca –en especial de la guipuzcoana– durante la Ilustración. Nuestro autor nació a finales del s. XVII en el caserío familiar de Garagorri, situado en la localidad de Andoáin (Guipúzcoa, España). Fue bautizado con el nombre de Manuel de Garagorri y Larramendi, aunque diferencias con su padre –no aclaradas por sus biógrafos– lo llevarían a renunciar a su apellido paterno, por lo que ingresará en la Compañía de Jesús con el materno y así será conocido por la posteridad. Nuestro autor pasó su infancia en el solar de sus mayores, formándose en la escuela de la cercana localidad de Hernani. En 1702, tras la muerte de su padre, se trasladó a Bilbao, ciudad en la que cursó sus estudios secundarios en un colegio jesuita; debido a su modesta extracción, tuvo –a la vez– que trabajar como criado en esa institución. Hay que tener presente el telón de fondo que dominó toda la adolescencia y juventud de Larramendi: la Guerra de Sucesión española (1701-1713) y el trascendental cambio dinástico que, para la historia de España, esta trajo consigo. En 1707, con diecisiete años, ingresó en la Compañía y se trasladó al colegio de Villagarcía de Campos (Palencia) para realizar el noviciado (1707-1710). Terminado este, estudió Filosofía en Medina del Campo (1710-1713) y Teología en el Real Colegio de Salamanca (1714-1718). Entre 1718 y 1730 ejerció la docencia en diversos centros: enseñó Filosofía en el colegio de Villagarcía (1720-1722), Teología en Salamanca (1723-1728) y en Valladolid (1729-1730); y compaginó esta labor con la composición de diversos discursos, panegíricos y oraciones fúnebres, actividades que lo convirtieron en uno de los apologistas más reputados de su tiempo. En 1730 fue nombrado confesor de la reina Mariana de Neoburgo (1667-1740), viuda del rey Carlos II (1665-1700), exiliada en ese momento en Bayona (País Vasco francés) tras haber decretado el rey Felipe V (1683-1746) su expulsión de Toledo (1706), ciudad en la que residió desde la muerte de su marido y donde celebró los triunfos del malogrado pretendiente al trono de España, y futuro emperador del Sacro Imperio, su sobrino el archiduque Carlos de Habsburgo (1685-1740). En Bayona, muy cerca de la frontera española, creó la reina viuda una reducida corte mantenida durante 32 años. Mariana de Neoburgo, víctima de la suerte de su difunto marido, sufrió una viudez extremadamente dura y –quizás– inmerecida: los constantes rumores propalados por la nueva corte de Madrid sobre su supuesta promiscuidad –que llegaron a afectar al propio Larramendi, del que se cuestionó su respeto al voto de castidad–, junto con la adjudicación del puesto de cabecilla de numerosas intrigas en las que anteponía su beneficio personal sobre los intereses del pueblo español, le valieron una pésima fama que caló hondamente entre sus antiguos súbditos. Al calor de esta adversa realidad, parece que la relación forjada entre religioso y monarca llegó a ser muy estrecha y sincera, hasta el punto de tomar Larramendi la defensa del honor de su amiga como una cuestión personal: con este propósito el guipuzcoano viajó (en 1732) hasta la mismísima corte de Felipe V, radicada en ese momento en Sevilla, para defender la honra de Mariana de Neoburgo; sin haber conseguido los objetivos deseados, y resentido por la maledicencia de la corte, Manuel de Larramendi se retiró al monasterio de Loyola (Azpeitia, Guipúzcoa), donde vivió el resto de su vida (murió en 1766) dedicado al estudio.
La labor erudita de Larramendi fue amplísima: se dedicó a la escritura en lengua latina, española y vasca; creó variados ensayos teológicos y filosóficos –algunos de ellos sobre doctrinas contemporáneas como el jansenismo o el galicanismo– e indagó en la historia de Guipúzcoa y de sus instituciones históricas. Así, entre otros textos, elaboró la conocida Corografía o descripción general de la muy noble y muy leal provincia de Guipúzcoa. Muchos de ellos permanecen hoy inéditos.
Su quehacer filológico se centró en la defensa y dignificación del euskera, no en vano, Manuel de Larramendi fue autor de un tratado gramatical, El imposible vencido. Arte de la lengua vascongada –considerada la primera gramática de la lengua vasca y obra enormemente reeditada durante los siglos XVIII y XIX– y de un repertorio lexicográfico, el Diccionario trilingüe del castellano, bascuence y latín, en el que incluyó numerosos neologismos acuñados por él mismo. Anterior a estos es su apología, De la antigüedad y universalidad del bascuence en España, publicada en Salamanca en 1728, en la que destaca la riqueza, la armonía o la regularidad de este idioma. Las ideas de Larramendi fueron de gran relevancia a lo largo del siglo siguiente e influyeron notablemente en el pensamiento y en los trabajos de los vascólogos dentro y fuera del territorio vascuence.
Jaime Peña Arce