Rosendo Salvado Rotea fue un religioso y obispo español, activo en Italia y Australia durante la segunda mitad del siglo XIX. Nuestro autor nació en el seno de una acomodada familia de la localidad pontevedresa de Tuy, en 1814, recién terminada la Guerra de Independencia española (1808-1814). Tras vivir la infancia y adolescencia en su localidad natal, ingresó con 15 años en el monasterio compostelano de San Martín Pinario, de la orden de San Benito. Un año después, y tras pronunciar los votos, fue trasladado al monasterio de San Juan de Corias (Cangas del Narcea, Asturias), donde completó su formación en Artes y Filosofía, destacando en el campo musical. En 1835 fue exclaustrado por decreto gubernamental, dentro del proceso conocido como desamortización de Mendizábal, en recuerdo al ministro (1790-1853) que la llevó a término. Al no conseguir ordenarse sacerdote secular, Salvado decidió marchar a Italia, donde se instaló en un monasterio de su orden, en la región de Campania, y aprendió rápidamente la lengua italiana. En 1844, fray Rosendo, deseoso de ser misionero, partió hacia Roma en compañía de su amigo y correligionario José María Benito Serra (1810-1894) –benedictino catalán y futuro fundador de la congregación de las Oblatas del Santísimo Redentor–, con el fin de que les fuera asignado un destino misional: en septiembre de 1845 ambos religiosos partían hacia Australia desde Londres. Descartada la cómoda y civilizada misión de Sidney, decidieron poner rumbo a tierras menos colonizadas y, así, a comienzos de enero de 1846, Serra y Salvado desembarcaron en el suroeste de la isla, cerca de la ciudad de Perth, y comenzaron a misionar. Rápidamente fundaron un convento y una población a su alrededor, a la que bautizaron como Nueva Nurcia (New Norcia en inglés) en honor a San Benito de Nursia (480-527), fundador de su orden. Tras haber trabado buenas relaciones con la población indígena, y habiendo comenzado a familiarizarse con su lengua, nuestro autor regresó a Europa en 1848. Desde entonces, Salvado pasó el resto de su vida a caballo entre Italia, España y las Antípodas. Invirtió cinco años (1848-1853) en su primer regreso al Viejo Continente, tiempo empleado en multitud de tareas: recaudó fondos en Roma y Nápoles para su misión, y consiguió amparo frente al obispo de Perth –con quien había tenido sonados desencuentros, y donde ya era coadjutor su antiguo compañero Serra–; recibió la consagración (1849) como obispo de Puerto Victoria (extremo septentrional del centro de Australia), aunque nunca llegó a tomar posesión del cargo; publicó una descripción de la isla (1851); regresó a España, introdujo en Galicia el cultivo de una especie arbórea que había traído consigo: el eucalipto, y rechazó de manos de Isabel II (1830-1904), reina de España, el obispado de Lugo. En 1853, fray Rosendo partió desde Barcelona de vuelta a Australia, adonde arribó en pocos meses. Al llegar a Perth, y puesto que fray José María Serra estaba en Europa, nuestro autor ocupó de forma interina el obispado de la ciudad; tardaría cuatro años (1857) en regresar a su misión. En 1859 fray Rosendo, enfrentado abiertamente con Serra, regresó a Europa para logar la independencia de su misión de cualquier institución regida por el clero secular, lo consiguió en pocos meses y retornó a Australia. En 1865, el gallego volvió de nuevo a Europa: durante dos años consiguió más dinero, medios, y un mayor grado de autonomía para su misión, y fantaseó con la idea de crear en El Escorial (Madrid) un colegio de misioneros, propósito truncado por la revolución de 1868, que consiguió destronar a los Borbones del trono español. Deseoso de dejar Europa, y su turbulenta España en particular, fray Rosendo partió de nuevo hacia Australia; sin embargo, recién desembarcado, tuvo que regresar a Roma para participar en el Concilio Vaticano I (1869-1870). En 1870 tornó a su misión, donde permaneció por espacio de 12 años dedicado a la evangelización y a la alfabetización de la población indígena, con no pocos conflictos con las autoridades coloniales británicas. Entre 1882 y 1886 el benedictino estaba de nuevo en Europa y, aprovechando la nueva coyuntura política española –Alfonso XII (1857-1885) había conseguido la restauración borbónica–, alcanzó su anhelo de formar tres colegios de misioneros en su país: Montserrat (Barcelona), Silos (Burgos) y Samos (Lugo). Después, viajó de nuevo a Nueva Nurcia, en 1886, y permaneció allí hasta 1899. En ese año realizó su último viaje a Europa: en Roma consiguió que su misión fuera integrada en la provincia benedictina de España, visitó el colegio de Montserrat –desde donde trabajó por una mejor coordinación de sus centros–, y regresó a Roma en 1900. Estando instalado en la basílica romana de San Pablo Extamuros comenzó a sentirse mal y murió. Su cuerpo fue trasladado a su misión de Nueva Nurcia y allí descansa desde entonces.
La labor lexicográfica de Salvado quedó insertada en su descripción de Australia, Memorie storiche dell'Australia, particolarmente della Missione Benedittina di Nuova Norcia (Tipi della S. Congreg. de Propaganda Fide, Roma, 1851), texto escrito originalmente en italiano. Esta obra fue traducida rápidamente al español con supervisión de su propio autor, quien aprovechó su estancia en Barcelona, antes de su partida en 1852, para dejar cerrada su publicación. En esta obra, en el capítulo duodécimo de su tercera parte, tal como sucedía en la versión original en italiano, el pontevedrés incluyó un pequeño diccionario a tres columnas: yuat-nyungar-español (italiano en origen). Es curioso que nuestro autor no da nombre a los dialectos, sino que se refiere a ellos por su situación geográfica respecto a la misión de Nueva Nursia, por ello habla de este para el yuat y de norte para el nyungar. El repertorio, de apenas once páginas, es un trabajo modesto, cuyo principal valor reside en ser una de las pocas descripciones de lenguas aborígenes del suroccidente de Australia.
Jaime Peña Arce