Luis de Valdivia fue un religioso y lingüista español, que vivió a caballo entre los siglos XVI y XVII. Nuestro autor nació en Granada en 1561; desconocemos cualquier noticia acerca de la calidad de su familia y sus primeros años de vida. Entró en la Compañía de Jesús al terminar sus estudios de Ciencia en la Universidad de Salamanca, formación que posteriormente aumentó en la de Valladolid. En esa ciudad castellana se ordenó sacerdote en 1589 y, ese mismo año, partió hacia el Nuevo Mundo, concretamente, en dirección al Virreinato del Perú. Tras una breve estancia en Cuzco y Juli (Perú), fue maestro de novicios y enseñó Filosofía en el Colegio de San Pablo de Lima. En 1592 se trasladó, comisionado para fundar una nueva provincia jesuítica, a Santiago de Chile; durante su estancia en el país, hostigado por los ecos de la cercana Guerra del Arauco (1536-1818), abogó por la evangelización del pueblo mapuche –cuya lengua aprendió a la perfección– y la reducción de las hostilidades. Su trabajo en defensa de esa etnia le iba a reportar grandes desilusiones. Tras un tiempo en Lima, donde ocupó la cátedra de Teología en el colegio ignaciano de la ciudad, volvió a Chile, en 1604, con el objetivo de evangelizar a los mapuches y frenar los continuos levantamientos; pero, traicionado por las autoridades de la Corona, regresó a la Ciudad de los Reyes. En la capital virreinal ideó y promovió un proyecto para lograr la paz, denominado guerra defensiva, este consistía en fijar una frontera entre los españoles y los mapuches en el río Biobío: el sur de este territorio quedaría fuera de la jurisdicción española y solo podrían acceder a él los misioneros. Valdivia, por intercesión del virrey Juan de Mendoza y Luna (1571-1628; virrey del Perú entre 1607 y 1615), viajó a Madrid para exponer su tesis ante Felipe III (1578-1621) y el Consejo de Indias. Su plan fue aprobado en 1610 y Valdivia fue designado para dirigir la provincia jesuítica de Chile. En 1612 llegó al Arauco dispuesto a aplicar sus planes; sin embargo, ni el pueblo araucano ni los conquistadores españoles aceptaron sus medidas, e intentaron boicotearlas por todos los medios. En 1620 Valdivia volvió a España para intentar sumar a su causa –sin éxito– al nuevo monarca, Felipe IV (1605-1665), quien, como respuesta, volvió a implantar la guerra ofensiva en 1625. Defraudado, el padre Valdivia pasó el resto de su vida en España, dedicado a actividades pedagógicas y al trabajo intelectual. Respecto a sus últimos años en la Península existen discrepancias en la bibliografía: unos investigadores lo radican en Valladolid, y otros, en Barcelona; tampoco se ponen de acuerdo en lugar de su muerte, pero sí en la fecha: 1642.Valdivia fue un gran conocedor y cultivador de la lengua araucana, hasta el punto de que sus importantísimos trabajos sobre esa lengua han llegado a eclipsar otros estudios sobre los idiomas allentiac y milcayac de los huarpes, pueblos radicados en Mendoza y San Juan (Argentina). Sea como fuere, en 1606, llevó a las prensas limeñas su Arte y gramática general de la lengua que corre en todo el Reyno de Chile, obra compuesta durante su primera estancia en aquel territorio; este Arte consta de una extensa gramática, que toma como partida el método nebrisense, y un vocabulario mapuche-español de unas 2800 entradas (su autor quiso completarlo con otro vocabulario español-mapuche que nunca realizó). El trabajo del ignaciano sobre la lengua de los araucanos fue reimpreso en Sevilla en 1684 y, en edición facsímil, en 1887, gracias al trabajo del filólogo alemán Julio Platzmann (1832-1902). Por otro lado, en 1607, el granadino editó, en un único volumen, un catecismo –junto con un arte y vocabulario– de las lenguas allentiac y milcayac; estos estudios son, en realidad, obras independientes, pues cada una consta de su propia portada y las licencias pertinentes. En este caso, las gramáticas –a diferencia de la obra de 1606– contienen indicaciones fonéticas y ortográficas; los vocabularios están formados por 701 y 715 entradas, respectivamente. Esta obra dual fue reimpresa en Sevilla en 1884.
Jaime Peña Arce