Vicente Vignau y Ballester nació en Valencia en 1834. Realizó los primeros estudios en su ciudad natal, logrando el título de bachiller en Filosofía por la universidad valenciana (1849). Estudió Teología en el Seminario Conciliar de Valencia (1849-1856), doctorándose en 1856. Al no poder ordenarse como sacerdote, marchó a Madrid en 1857, en cuya universidad estudió Derecho, doctorándose en Derecho Civil y Canónico (1859) y en Derecho Administrativo (1860). A la vez estudió en la recién creada Escuela Superior de Diplomática en la que obtuvo el título de archivero-bibliotecario (1859). Tuvo un bufete propio de abogado en Madrid, aunque por poco tiempo, ya que en 1860 ingresó mediante concurso en el Cuerpo Facultativo de Archiveros y Bibliotecarios y Arqueólogos en 1860, como interino, en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, pasando a titular en 1862. En 1861 recibió el título de bachiller En Filosofía y Letras por la Universidad de Valencia. En su insaciable afán por saber, comenzó los estudios de Medicina en 1869, licenciándose en 1872 y doctorándose en 1875. En la Real Academia de la Historia fue encargado de organizar los fondos monásticos, y en 1866 pasó al recién creado Archivo Histórico Nacional. En ese mismo año comenzó a ejercer como profesor en la Escuela Superior de Diplomática, pasando a ser catedrático interino en 1868, e inmediatamente a catedrático en propiedad para enseñar latín tardío y conocimiento del romance castellano, lemosín y gallego. Por la cantidad de clases que impartía en el curso 1873-1874, fue eximido de sus obligaciones en el Archivo Histórico Nacional, hasta dejar sus obligaciones en este en 1881, aunque no rompió sus relaciones con él, y en 1896 fue nombrado su director. En 1900 se suprimió la Escuela Superior de Diplomacia y fue asimilado al cuerpo de catedráticos en la Universidad Central, donde enseñó latín vulgar y tardío hasta su jubilación en 1908.
En 1863 fue nombrado miembro de la Real Academia de Legislación y Jurisprudencia y en 1898 ingresó como académico de número en la Real Academia de la Historia (medalla nº 32).
Murió en Madrid en 1919.
Su obra versa, fundamentalmente, sobre la historia medieval española, a partir de la documentación que tan bien conocía debido a su trabajo, así como algún escrito sobre medicina. Además, elaboró los programas de las asignaturas de gramática de las lenguas neolatinas; los apuntes del tomo de 1889 se deben al alumno D. José Sidro y García, aunque revisados por el autor. El desarrollo que hay en esos apuntes corresponden a una introducción histórica de la materia, con los métodos de investigación, cuestiones de lingüística general, caracterización de las lenguas, origen y formación de las lenguas románicas y sus dialectos, formación de palabras en ellas, cuestiones gramaticales, etc., esto es, un breve manual de lingüística románica. Aparte de esos programas antes mencionados, nos interesa porque en 1874 apareció su Glosario y diccionario geográfico de voces sacadas de los documentos del Monasterio de Sahagún, que no es sino –como se anota en el verso de la portada– el apéndice del índice de los documentos del monasterio de Sahagún, de la orden de San Benito, y Glosario y diccionario geográfico de voces sacadas de los mismos. Publicados por el Archivo Histórico Nacional, en el que el «Glosario» ocupa las págs. 583-637, y a continuación de él se encuentra el «Diccionario geográfico» (págs. 639-690). En las dos versiones, Vignau pone (págs. III-XI) una descripción histórica del monasterio de Sahagún, y hace una presentación de su archivo y los documentos de que consta. En el índice sigue el catálogo de los manuscritos, que no está en la otra obra. A continuación desarrolla el «Glosario» (que en la versión independiente está en las págs. 1-53), sin que se nos haya explicado antes cómo ha sido elaborado. En él recogió las voces castellanas halladas en la documentación facundina, señalando el año del documento más antiguo en que aparece cada una de ellas, explicando sus valores con descripción de lo nombrado, si es necesario. Las entradas son tanto formas castellanas como latinas, además de numerosos arabismos ya castellanizados. A ello añade un notable aparato crítico, con referencias a diversos trabajos, estudios y documentos. La última parte de las dos obras es el «Diccionario geográfico» (que en la versión independiente ocupa las págs. 57-106) en el que se recogen los topónimos nombrados en los documentos que maneja, con su localización, en unos casos exacta, en otros aproximada, en algunos intentando su identificación.
Manuel Alvar Ezquerra