Francisco Javier de Idiáquez y Aznárez de Garro fue un religioso y humanista de la Ilustración española. Nació en Pamplona, en 1711, como hijo primogénito de una aristocrática familia de la capital navarra, descendiente de algunos de los fundadores de la Compañía de Jesús. Por este motivo, y siendo aún muy joven, viajó a Burdeos, donde residió durante largos años y se formó con los padre jesuitas del seminario de nobles de la capital aquitana. Con 21 años, en 1732, renunció a sus derechos familiares y regresó a España para dedicarse al estudio y a la vida religiosa. Estudió Filosofía en Medina del Campo (Valladolid) y Teología en Salamanca, estudios que culminó en 1743; en 1737 ya se había ordenado sacerdote. Completada su formación, comenzó a ejercer la docencia en diferentes colegios ignacianos de la geografía peninsular (Villagarcía de Campos, Santiago de Compostela, Valladolid, Salamanca o Burgos) y a desempeñar diversos puestos administrativos en esas instituciones. Tras un truncado viaje a Roma, retomó el magisterio en los colegios de Villagarcía (Valladolid) y Salamanca, donde revolucionó la docencia de las Humanidades; tal fue su celo en este particular, que consiguió un amplio prestigio en la España de la época. La expulsión de su orden lo sorprendió como provincial de Castilla, por lo que tuvo que exiliarse en Córcega, primero, y en los Estados Pontificios, después. Los últimos años de su vida, que trascurrieron en Bolonia, fueron tristes y plagados de añoranza por su país. El padre Idiáquez murió en la capital emiloromañola en 1790, tras 23 años de exilio, y cuando contaba con 79 años de edad.
Nuestro navarro compuso textos teológicos, históricos y fue un notable traductor. Su quehacer filológico se concretó en la enseñanza de la lengua latina, para la que adoptó el método del presbítero francés Antoine Nöel Pluche (1688-1761).
Jaime Peña Arce