Miguel de Azero, helenista y teólogo español del siglo XVIII, nació en la localidad alcarreña de Salmerón (Guadalajara), en 1730, en una familia de labriegos adinerados. Comenzó el noviciado en el convento que el Carmelo Calzado tenía en la cercana localidad de Valdeolivas (Cuenca), de ahí fue enviado al centro de la orden en Toledo, donde profesó en 1744 y obtuvo el título de bachiller en Filosofía. Tras su paso por diversas ciudades castellanas -Salamanca, Madrid, Valladolid o Alcalá- se instaló en El Burgo de Osma (Soria), en cuya Universidad se licenció en Teología, consiguió el grado de bachiller en Artes (1757) y terminó doctorándose en Teología en 1759. Finalizados sus estudios, se trasladó a Alcalá de Henares, y en su Universidad comenzó su carrera docente: en 1772 consiguió la cátedra de Lengua Griega en el Colegio de la Purísima Concepción gracias al apoyo prestado por el ministro ilustrado Pedro Rodríguez de Campomanes (1723-1802), quien había emprendido una profunda reforma del sistema universitario español, imprescindible tras la expulsión de los jesuitas (1767) y la consecuente carencia de profesorado. En 1789 el padre Azero cesó en su cátedra de Griego y entró en la Facultad de Teología, dentro de la cual ocupó distintas cátedras hasta su fallecimiento, hecho que la investigación sitúa en torno a 1796.
Además de diversas publicaciones sobre temas variados, entre las que destaca su Tratado de los funerales y las sepulturas (Imprenta Real, Madrid, 1786), texto litúrgico que explica las costumbres funerarias de la Antigüedad, fray Azero publicó –fruto de su experiencia docente– un método para aprender la lengua griega. Parece que la obra quedó truncada, pues solo fue publicada la primera parte, en la que se tratan los rudimentos de ese idioma.
Jaime Peña Arce