De Ramón Campuzano no sabemos nada, salvo lo que podemos desprender de sus obras, resultado no tanto de una actividad creativa o didáctica como de impresor o editor afincado en Madrid a mediados del siglo XIX (al menos entre 1845 y 1866). Campuzano aparece como autor, bajo la fórmula «por D. R. C.», de diversas obras de jardinería, cultivo de plantas y agricultura (Tesoro de la jardinería de ventanas, balcones y terrados, o arte de cultivar las plantas en tiestos y cajones; modo de formar jarrones y tapices de verdura, con otras varias curiosidades, imprenta de D. Ramón Campuzano, Madrid, 1858; Cultivo de los prados naturales y formación de los artificiales, con una reseña de las plantas más útiles para ellos [...] por D. R. C. y S., por R. Campuzano, Madrid, 1859; Manual del hortelano, o arte de formar huertas, preparación del terreno y cultivo de toda clase de hortalizas [...] por D. R. C. y S., por R. Campuzano, Madrid, 1859; o el Manual del labrador, o agricultura al alcance de todos [...] por D. R. C. y S., por R. Campuzano, Madrid, 1859) y otra más dedicada a la cría de aves de corral (Tesoro de la cría de gallinas, palomas y pavos. De su alimento y propagación, modo de formar y poblar los gallineros y palomares, enfermedades que padecen estas aves y método de curarlas, R. Campuzano, Madrid, 1858), aunque parece que no son originalmente suyas. Además, publicó otras sin sus iniciales como autor y del mismo tipo que las reseñadas.
No es por esos libros por lo que aparece en la BVFE, sino por dos diccionarios de la lengua, y uno más caló-español, siendo este el primero que vio la luz, bajo el título de Diccionario del jitano al castellano como parte principal del Orijen, usos y costumbres de los jitanos [...]. El léxico atesorado en él (unos 3800 términos) no fue recogido de primera mano, sino a través de otras fuentes, fundamentalmente de The Zincali. Vocabulary of their language (t. II de The Zincali; or, An account of the Gypsies of Spain with an original collection of their songs and poetry, and a copious dictionary of their language, John Murray, Londres, 1841) de George Borrow (1803-1881). La obra de Campuzano ha de ser utilizada sabiendo que no todo lo incluido en ella es del caló, pues daba cabida a las voces de la germanía que no procedían de esa lengua, además de manifestar una pobre técnica lexicográfica.
Por lo que respecta a los otros dos repertorios, llama la atención que viese la luz uno de carácter reducido antes que el más extenso, cuando la práctica venía siendo la inversa: el de tipo manual era una abreviación del más amplio. El Diccionario manual tiene unas 52 200 entradas, y no es enciclopédico como otros repertorios manuales. Es deudor del diccionario académico, aunque no toma todas sus entradas, y abrevia las definiciones. Gozó de un gran éxito, y en pocos años se hicieron numerosas ediciones, en algunos periodos hasta una por año, de modo que en 1870 eran ya 13, y aún salió alguna más.
El Novísimo diccionario de la lengua castellana, el más extenso de los repertorios de Campuzano, es digno de tener en cuenta por ser el primer diccionario general de la lengua en incorporar ilustraciones lo cual sucede en algo más de medio millar de entradas. Son bastante simples, y sin otra intención que la de presentar la realidad extralingüística. La obra contiene unas 78 800 entradas, que superan con creces las cerca de 50 000 del diccionario académico inmediatamente anterior (10ª ed., 1852). Está basado en el anterior Diccionario manual al que se incorporaron voces, acepciones o se completaron las que ya había a partir del diccionario académico, del de la editorial Gaspar y Roig (1853-1855), del Diccionario nacional (1846-1847) de Ramón Joaquín Domínguez (1811-1848), y en menor medida del Nuevo diccionario (1846) de Vicente Salvá (1786-1849). El Novísimo diccionario fue reimpreso en 1864 (en la Imprenta de R. Campuzano, Madrid) y en 1868 (Imp. Campuzano Hnos. Madrid). El cambio de los propietarios de la imprenta de Campuzano podría sugerir que este falleciera en torno a 1867.
Estas dos obras no son tan ricas ni tan originales como se deja entrever en el prólogo de la primera o en la portada de la segunda.
Manuel Alvar Ezquerra