Francisco Javier Rodríguez Gil fue un filólogo gallego del siglo XIX. Nuestro autor nació en la pequeña parroquia de Santa María de Bermés, concejo de Lalín (Pontevedra, España), en una familia campesina. No se conservan apenas datos sobre su infancia y adolescencia. Gracias al apoyo de uno de sus tíos, el matemático y astrónomo Pedro José Rodríguez González (1770-1824), uno de los nombres clave de la ciencia durante la Ilustración española, pudo cursar estudios superiores. En 1817 Rodríguez Gil comenzó los estudios de Matemáticas en la Universidad de Santiago, que abandonó al poco tiempo sin llegar a completarlos e inició –igualmente, sin conseguir graduarse– los de Filosofía y Derecho. Finalmente, en 1824, consiguió el título de bachiller en Cánones. Simultaneó esos estudios con su formación como sacerdote, concluida tras su ordenación (1822) como presbítero en Lugo. Instalado definitivamente en la capital gallega después de 1822, y con su vida profesional parcialmente encarrilada, empezó a trabar mayor relación con su tío, básicamente de carácter epistolar, pues este era catedrático en Madrid y director del Real Observatorio del Retiro. Rodríguez González, doceañista reconocido, orientó a su sobrino hacia ideas liberales y aperturistas (entre otras cosas, le obligó a leer la Constitución de 1812), apartándolo de la conservadora ideología imperante en Santiago, ciudad que en el decenio siguiente –y por mucho tiempo– quedaría convertida en bastión carlista. Rodríguez Gil se desempeñó como bibliotecario tercero de la Academia compostelana desde 1828 y, desde 1834, compaginó ese puesto con la misma responsabilidad en la Real Sociedad Económica de Amigos del País. En 1846 ascendería al cargo de bibliotecario segundo de la Universidad. Desde muy temprano nuestro autor entró en contacto con intelectuales galleguistas que, con el tiempo, quedarían integrados dentro del movimiento regeneracionista conocido como Rexurdimento. Rodríguez Gil murió en 1857, en Santiago de Compostela, con 60 años de edad.
Recogiendo las ideas del padre Martín Sarmiento (1695-1772), ilustrado y erudito berciano con grandes vínculos con Galicia, nuestro autor tomó la determinación de redactar el primer diccionario gallego moderno, y a ello se dedicó con ahínco desde 1850. El resultado fue el Diccionario gallego-castellano, un repertorio monodireccional gallego-español; en él, tras la voz en gallego, y sin etiqueta gramatical previa, se da el equivalente castellano (siempre que existiera), seguido por la definición, escrita igualmente en español. En algunos casos, también recurre a una cita de autoridad, aunque es mucho más frecuente la comparación con el portugués o el asturiano. Rodríguez Gil no terminó su obra, pues la muerte lo sorprendió en plena redacción. Lo que conocemos hoy es una edición póstuma a cargo de uno de sus amigos, el escritor Antonio de la Iglesia y González (1822-1892). Las notas dejadas por Rodríguez Gil contenían 2184 entradas terminadas, además de una lista de 1256 palabras por definir. De la Iglesia recogió estos materiales y los completó (el repertorio final suma 3834 entradas). La investigación posterior ha conseguido esclarecer qué artículos son originales de Rodríguez Gil y cuáles son obra de De la Iglesia. Dentro de la labor de este último se han señalado multitud de errores (que han llegado a ser calificados como disparates) que, además, se han perpetuado en la lexicografía gallega posterior. La crítica también ha incidido en la falta de conciencia sobre la variación geográfica y social de la lengua recogida, pues esta recoge en gran medida el habla gallega de la ciudad de Santiago. La salida al mercado de este diccionario coincidió en el tiempo con la publicación de los Cantares gallegos (Imprenta de D. Juan Compañel, Vigo 1863), de Rosalía de Castro: así, esta fecha (1863) quedará marcada con letras de oro en el largo camino de la dignificación de la lengua gallega. Tras la edición príncipe, y más de un siglo después (1976), el filólogo José Luis Pensado Tomé (1924-2000) realizó una nueva edición del diccionario de Francisco Javier Rodríguez Gil.
Jaime Peña Arce