La identidad de Eusebio Hernández es un completo enigma. No se ha podido encontrar ninguna referencia a él en la bibliografía, más allá de su colaboración con el americanista francés Alphonse Louis Pinart (1852-1911) en la composición de un pequeño diccionario de una lengua aborigen hondureña, el lenca. A este autor cabe presuponerle la nacionalidad hondureña o, por lo menos, alguna otra centroamericana; igualmente es factible que viviera durante los decenios finales del siglo XIX, fechas en las Pinart visitó la región.
Jaime Peña Arce
Alphonse Louis Pinart fue un explorador, filólogo y americanista francés de finales del siglo XIX. Nació en la pequeña localidad de Bouquinghem, dentro de la comuna de Marquise, en la región francesa de Norte-Paso de Calais, en 1852. Pertenecía a una familia burguesa que se había enriquecido enormemente gracias al negocio de las manufacturas metálicas; esta extracción acomodada permitió que Alphonse pudiera consagrar toda su vida a sus inquietudes intelectuales, sin tener que preocuparse por su sustento económico. Pinart recibió una educación esmerada y cosmopolita, en la que destacó su interés por las culturas amerindias, y en la que alternó una vida tranquila en su localidad natal con constantes viajes a París; una de estas estancias en la capital francesa marcó su devenir. En 1867, la familia Pinart acudió a la Exposición Universal, organizada por Napoleón III (1808-1873) para mostrar la grandeza del Segundo Imperio Francés; en ese evento, el futuro americanista entró en contacto con varios antropólogos e historiadores, quienes lo hicieron partícipe de las más recientes teorías que sostenían que la población del continente americano se había iniciado por el cruce de población asiática a través del estrecho de Bering. Pinart había encontrado su objetivo vital: probar la veracidad de esa teoría. Con solo 19 años realizó su primer viaje a Alaska, donde permaneció un año; después (1873-1874) viajó a los centros de cultura del Imperio Ruso para, en sus bibliotecas, encontrar documentación que permitiera sostener su teoría. De nuevo en 1875 se trasladó a América, esta vez a los EE.UU., donde entró en contacto con algunos de los historiadores más reputados del país, como George Brancfort (1832-1918); en ese mismo viaje, el francés comenzó a interesarse por la cultura y las lenguas de pueblos de Mesoamérica (con el fin, también, de demostrar su filiación con los pueblos aborígenes que vivían en el extremo septentrional de Norteamérica). Con menos de 30 años ya era un investigador reconocido por la Asociación de Americanistas y la Sociedad Geográfica francesa. Gracias a su prestigio, los siguientes viajes de exploración a tierras americanas serían financiados por el ministerio de cultura galo. Entre 1877 y 1882, nuestro autor recorrió el sur de Estados Unidos, las Antillas, México y la costa sudamericana del Pacífico para, desde Chile, viajar a Tahití y la Micronesia. Culminado este periplo, y entregado a las labores de preparación de todos los materiales lingüísticos y antropológicos recopilados, Pinart se instaló primero en Tegucigalpa (Honduras) y después en San Francisco (California, EE.UU.), de donde procedía su mujer, quien también había empeñado su patrimonio familiar en las exploraciones de su marido. Divorciado y repudiado por su hija, este gran americanista regresó a Francia en 1897. Finalmente, y tras vivir sus últimos años en una más que precaria situación monetaria, Alphonse Louis Pinart murió anónimamente, en 1911, en la localidad de Boulogne-Billancourt, situada al noreste de París. Todas las colecciones que reunió durante su vida pasaron a engrosar el patrimonio de diversos museos franceses.Pinart estudió, en comparación con el español, un numeroso elenco de minoritarias lenguas centroamericanas y caribeñas; todas las obras resultantes fueron publicadas en París, auspiciadas por la Sociedad de Americanistas, y todas presentan la misma estructura: son repertorios monodireccionales español-lengua aborigen en los que el lema es traducido directamente (sin previa categorización). El Vocabulario castellano-dorasque recoge léxico de una lengua aborigen hablada en Costa Rica y Panamá. El Vocabulario castellano-cuna (lengua hablada en la costa caribeña de Venezuela, Colombia, Panamá y Costa Rica) incluye dos suplementos: el primero, sobre topónimos, y uno segundo que recoge léxico de una lengua secreta propia de los adivinos de esa cultura. El Vocabulario castellano-guaymíe, aborda el estudio de una de las lenguas aborígenes de Panamá, con especial atención a su diversificación dialectal, concretamente a las variedades más septentrionales. Este texto, tras la edición príncipe de 1890 volvió a ser llevado a las prensas dos años después por la misma casa editorial. El Vocabulario castellano-chocoe se interesa por uno de los idiomas de la costa pacífica de Colombia; este texto se basa, en parte, en las compilaciones del léxico de esa lengua que realizó el erudito antioqueño Manuel Uribe Ángel (1822-1904). La obra Pequeño vocabulario de la lengua lenca, que recoge léxico proveniente de una lengua hablada en Honduras, El Salvador y Nicaragua, aunque centrado en el dialecto de Guajiquiro (Honduras), lo hizo al alimón con Eusebio Hernández (¿?-¿?); este repertorio vuelve a ser monodireccional español-lenca, aunque –a diferencia de los anteriores– la ordenación de los lemas se hace por campos nocionales, no siguiendo el orden alfabético. El Vocabulario castellano-guaymíe. Dialectos murire-bukueta, muoi y sabanero vuelve a abordar el estudio de esa lengua panameña, pero esta vez de los dialectos de la zona sur del dominio. También en 1897, Alphonse Pinart editó un diccionario sobre la lengua quekchí (Guatemala) realizado por el científico y diplomático francés Henri Bourgeois (¿?-1872-¿?) y otros.
Jaime Peña Arce