Eduardo de Huidobro fue un abogado, periodista, historiador, cervantista y filólogo aficionado español. Eduardo Pedro de Arbués de Huidobro y Ortiz de la Torre –este era su nombre completo– nació en el seno de una acomodada y conservadora familia del Santander decimonónico. Pasó su infancia en su ciudad natal, empapándose del ambiente mercantil y burgués en el que había nacido. Desde 1877, y durante cinco años, estudió en el colegio que la Compañía de Jesús poseía en Orduña (Vizcaya). En 1882, de vuelta en Santander, ingresó en el Instituto Cántabro, institución en la que conseguiría el título de bachiller. Tras cursar los primeros años de Ingeniería en la Universidad Central de Madrid, nuestro autor abandonó la capital y sus estudios para iniciar (1885) los de Derecho, que sí culminaría, en la Universidad de Barcelona. En 1891, de regreso en Santander, comenzó su desempeño profesional en un despacho de abogados. Huidobro siempre fue una persona de profundas convicciones religiosas, hasta el punto de que –tras su decisión de abandonar la abogacía (la acomodada posición de su familia lo ponía a salvo de problemas económicos)– se dedicó de lleno al fomento del sindicalismo católico, surgido a raíz de las doctrinas del papa León XIII (1810-1903), y de enorme arraigo en la región montañesa; asimismo se presentó al ayuntamiento de Santander –obteniendo acta de concejal– en las listas del Centro Católico Montañés, partido opuesto a las tendencias laicistas del gobierno de Canalejas (1854-1912) y del que también formaba parte el futuro cardenal Ángel Herrera Oria (1886-1968). La defensa de la religión como eje de articulación de la sociedad, compaginada con el periodismo, le ocupará el resto de sus días: para ello fundó la empresa editorial «La Propaganda Católica», desde la que dirigió la salida al mercado de diferentes publicaciones, como el periódico La Atalaya o El Diario Montañés, todas en consonancia con sus premisas ideológicas. El resto de la vida de Eduardo de Huidobro transcurrirá sin grandes sobresaltos, convertido ya en una de las máximas figuras del ambiente cultural santanderino de principios del siglo XX –en 1918 fue uno de los miembros fundadores de la Real Sociedad Menéndez Pelayo, constituida para defender el legado del polígrafo–. Falleció, como consecuencia de la enfermedad degenerativa que venía padeciendo desde años atrás, en marzo de 1936, meses antes del estallido de la Guerra Civil Española (1936-1939), en la que, dentro del Santander republicano de los primeros años de la contienda –y aunque Huidobro no se significó mucho durante la Segunda República– su integridad se podría haber visto gravemente comprometida.
La labor filológica de este autor, de formación autodidacta, se centró en la lexicografía, y estuvo siempre relacionada con su labor periodística y amparada por su propia casa editorial. Tras publicar en El Diario Montañés una serie de artículos –entre el 16 de diciembre de 1902 y el 12 de abril de 1903– sobre barbarismos de la lengua española, decidió reunirlos en un volumen que llevó a sus prensas en 1903. Este primer volumen, compuesto por unas 300 voces y locuciones, se fue engrosando: en 1908 publicó una segunda edición con 400 voces y, siete años después (1915), una tercera con más de 600. Huidobro también trabajó la lexicografía regional, así, en 1907, publicó Palabras, giros y bellezas del lenguaje popular de la Montaña […], en que explica el significado de palabras y expresiones propias utilizadas por su íntimo amigo José María de Pereda (1833-1906) en sus novelas. Esta obra ganó el primer premio que la Universidad de Deusto había convocado como homenaje al autor de Sotileza en el primer aniversario de su muerte y ha sido reimpresa en dos ocasiones: la primera en 1983, dentro de la obra Homenaje a Pereda (Librería Estudio, Santander) y, de forma independiente, en 1986 (Banco Exterior de España, Madrid). Tras estos dos hitos, Huidobro continuó insertando en prensa pequeñas notas lexicográficas: en este sentido, publicó un pequeño artículo en la edición de El Diario Montañés del 19 de septiembre de 1925 en el que comentaba las deficiencias que la reciente edición del académico Diccionario de la Lengua Española presentaba respecto al léxico provincial montañés.
Jaime Peña Arce