El mexicano Francisco Javier Santamaría podría considerarse un auténtico humanista: intelectual, político, poeta, pedagogo, ensayista, periodista, abogado, bibliógrafo, filólogo, lingüista y lexicógrafo. Nació en Cacaos, Tabasco, en 1886. En 1912, obtuvo el título de maestro de escuela normal en el Instituto Juárez de Tabasco (actual Universidad Juárez Autónoma de Tabasco), del que fue director y maestro de matemáticas y geografía. En 1919, llegó a magistrado del tribunal superior de justicia y juez tercero de la Rama penal en Ciudad de México, apodado el "juez lince" por su especial habilidad en célebres procesos y jurados populares. Opositor al político y militar Plutarco Elías Calles (1877-1945), fue amigo y colaborador muy cercano al general y revolucionario Arnulfo R. Gómez (1890-1927) en su campaña presidencial. Fue el único superviviente de la matanza de Huitzilac, Morelos, el 3 de octubre de 1927, acaecida en el seno de la Revolución Mexicana, en la que fue asesinado el general Francisco R. Serrano (1899-1827), a quien apoyaba Santamaría. Más tarde, se integró en el Partido Revolucionario Institucional, de ideología de centroderecha, en cuyo seno, en su estado natal de Tabasco, fue primero senador (entre 1940 y 1946) y después gobernador (1947-1952), periodo este último en que promovió la educación, la cultura y la labor editorial. Fue miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua, en la que ingresó en 1954, y en la que leyó, muy cerca ya de su muerte, la introducción al Diccionario de mejicanismos.
Tras su fallecimiento, en Veracruz (1963), y en su honor, su poblado natal (Cacaos) lleva su nombre, así como el de muchas calles de ciudades tabasqueñas. En proyecto, dejó las Monografías de Tabasco, el Atlas geográfico de su propio estado, las 1500 papeletas de bibliografía lingüística y la segunda edición del Diccionario de americanismos.
Santamaría desarrolló, por una parte, su faceta de cronista e historiador de Tabasco, con el objetivo de valorarlo como parte fundamental de la cultura mexicana. Por otro lado, fue una figura de gran trascendencia para la lengua y la literatura mexicanas en general y para la lexicografía mexicana en particular. Así, con Glosa lexicográfica (acepciones i expresiones castizas, del periodo clásico de la lengua, omitidas en el Diccionario Académico) (1926), en la que llevó a cabo un estudio de la lengua clásica y los vocablos omitidos por el Diccionario de la Real Academia Española, a partir de sus ediciones decimocuarta (1914) y decimoquinta (1925), se dio a conocer como lector y estudioso de la literatura española del Siglo de Oro. Esta obra revela también, a fin de conservar lo olvidado o menos conocido, su interés por registrar palabras antiguas y de uso principalmente literario. Respecto a su libro El provincialismo tabasqueño. Ensayo de un vocabulario del lenguaje popular, comprobado con citas, comparado con el de mexicanismos y los de otros países hispanoamericanos, fue el primer y único volumen publicado, en 1921, con el léxico correspondiente a las letras A-B-C, de los cinco en principio planeados. Justificó esta circunstancia porque, al disponer de tanto material, era mejor destinarlo a un futuro diccionario de mexicanismos (como, efectivamente, así fue). En la obra, que presenta, además, una nutrida bibliografía, trata el léxico particular de esta región del país, y recurre a fuentes lexicográficas diversas. Fue también autor de Domingos académicos (Las Nuevas Normas i el nuevo Diccionario) (1959), recopilación de sus artículos sobre cuestiones lingüísticas publicados en el prestigioso Diario de Yucatán, a partir del 25 de agosto de 1957.
Anteriormente, profundizó en el análisis del vocabulario popular en Americanismo y barbarismo (1921), y, sobre todo, en sus obras más reconocidas: el Diccionario General de Americanismos (1942) y el Diccionario de Mejicanismos (1959). El libro Americanismo y barbarismo incluye algunos de los artículos que publicó en el diario El Monitor Republicano entre 1919 y 1920, destinados al estudio y la crítica de los americanismos registrados en el Suplemento de todos los diccionarios enciclopédicos españoles (1918), del español Renato de Alba. Estos trabajos fueron el germen del Diccionario General de Americanismos. En ellos, revela los criterios adoptados para la descripción lingüística de los vocablos: importancia de la precisión en las definiciones, inclusión de todas las acepciones (y que sean de uso habitual), empleo de fuentes autorizadas para validar el uso y a la etimología, sobre todo en las palabras de procedencia indígena. Analiza los vocablos que deben considerarse barbarismos y los que son auténticos americanismos. Sobresale asimismo en la obra la validez que otorga a las voces registradas en las obras lexicográficas de los países del continente americano de habla española por encima de las registradas en diccionarios españoles, principalmente el DRAE, sobre todo “las cosas de América y en lenguas indígenas”, haciéndose eco de lo ya advertido por otros autores: que la Real Academia Española había registrado voces americanas en su Diccionario de forma imprecisa o bien las había omitido.
El Diccionario general de americanismos, en tres volúmenes, se ha considerado un hito dentro de los repertorios generales sobre el español de América, pues supone una muestra de los estudios de dialectología, paremia y folklore que en el momento se llevaban a cabo. La introducción informa de lo que Santamaría consideraba americanismo “o si se quiere, lo que constituye y caracteriza, o debe constituir y caracterizar, la lengua común en un diccionario de americanismos”; así como del orden de las acepciones y de las marcas geográficas y gramaticales Respecto al Diccionario de mejicanismos, supone una continuación y complemento del proyecto lexicográfico original del filólogo e historiador mexicano Joaquín García Icazbalceta (1825-1894), que se ha convertido en referencia obligada en el ámbito académico y divulgativo, si bien se ha cuestionado su rigor lexicográfico, dada la irregularidad de la compilación y selección del corpus o la mezconlanza de definiciones lingüísticas y enciclopédicas.
Para terminar, como curiosidad ortográfica, cabe señalar que Francisco J. Santamaría era iotista (utilizaba , en lugar de para la conjunción copulativa), prefería la letra en los sonidos no guturales de ; y, en el caso del nombre de su propio país, México, no estaba de acuerdo en utilizar la letra , sino que utilizó la .