Juan de Valdés nació en 1509 en Cuenca y murió en 1541 en Nápoles. Escritor humanista y reformador religioso.
Estudió en la Universidad de Alcalá de Henares, donde comenzó a relacionarse con algunos conocidos humanistas, como Juan de Vergara (1492-1557), que trabajó en la Biblia políglota, y, epistolarmente, con Erasmo de Róterdam (1466-1536). Por el espíritu erasmista que impregnaba sus obras fue procesado por la Inquisición, por lo que decidió abandonar España. En 1531 lo encontramos instalado en Roma, donde fue gentilhombre de la corte del papa Clemente VII (1478-1534, papa desde 1523) y, posteriormente, nombrado archivero de la ciudad de Nápoles por el emperador Carlos V (1500-1558).
Valdés consagró su actividad intelectual a redactar y traducir textos de carácter teológico, dentro de la tendencia reformista iniciada por Erasmo; entre ellos destacan Diálogo de doctrina cristiana (1529) y la obra póstuma Ciento y diez consideraciones divinas (1550). Su único trabajo de contenido lingüístico, Diálogo de la lengua (compuesto hacia 1535, y editado como obra anónima en 1737 por Gregorio Mayans y Siscar –1699-1781– y atribuida durante un tiempo a su hermano Alfonso –1490-1532–), se sitúa dentro de la corriente renacentista que pretendía dignificar las lenguas vulgares o nacionales, al igual que lo hicieron Pietro Bembo (1470-1547) con la italiana (Prose della volgar lingua, Tacuino, Venecia, 1525), João de Barros (1496-1570) con la portuguesa (Grammatica da lingua portuguesa, Lodovicum Rotorigium, Lisboa, 1540) o Joachim Du Bellay (1522-1560) con la francesa (La déffence et illustration de la langue francoyse, Arnoul l’Angelier, París, 1549). El manuscrito no pretendía ser más que una breve guía práctica para orientar a sus discípulos italianos en el aprendizaje de la lengua castellana, pero para la historia de la lengua y la lingüística españolas es un texto importante porque, por un lado, representa un valioso testimonio del estado de la lengua (en el aspecto fonético, morfológico, léxico, etc.) durante el primer tercio del siglo XVI y, por otro, supone una interesante muestra de las teorías lingüísticas de su autor. En efecto, Valdés da su opinión sobre el origen del español, que él considera latino, y sobre la lengua primitiva de España, que cree es la griega; también considera que la norma del buen hablar debe ser el uso lingüístico de las personas cultas, preferentemente las nacidas en el reino de Toledo (es célebre su aversión por el supuesto andalucismo de Antonio de Nebrija). En cuestiones ortográficas, Valdés sigue un criterio fonetista, aunque a veces no de forma totalmente consecuente.