León Fernández Bonilla nació en Costa Rica en 1840. Cursó estudios de Humanidades, Filosofía y Leyes en las Universidades de Santo Tomás de San José (1858-1860) y de San Carlos de Guatemala (1863) y desarrolló una variada actividad laboral en los años siguientes: fue profesor de filosofía, historia, idiomas y latín, director del Instituto de Varones de Alajuela, secretario de Estado y ministro plenipotenciario en Perú, en Inglaterra, en Francia, en España y en Bélgica, países en los que defendió los intereses de Costa Rica (en la construcción del ferrocarril, en los problemas de los límites con Colombia). Fundó el periódico El cencerro, en cuyas páginas publicó diversos artículos muy críticos con los políticos de su país que le costaron el destierro y diversas represalias. Murió en 1887 por las heridas de bala causadas por el disparo que le dirigió el hijo de Eusebio Figueroa, a quien Fernández había matado en un duelo unos años antes.
Su labor política y su pasión por la historia de su país lo llevaron a fundar los Archivos Nacionales de Costa Rica y a elaborar una Colección de documentos para la historia de Costa Rica en la que pretendía recoger toda la documentación existente sobre la historia y los límites fronterizos de Costa Rica. La obra consta de diez volúmenes, los cinco primeros se publicaron entre 1881 y 1886 y los cinco últimos vieron la luz tras el fallecimiento de su autor (los publicó póstumamente su hijo Ricardo Fernández Guardia entre 1887 y 1907). También es autor de una Historia de Costa Rica durante la dominación española 1502-1821.
En su rastreo de archivos para localizar la documentación concerniente a la historia de Costa Rica, visitó diferentes bibliotecas españolas, francesas e inglesas. En el Archivo General de Indias, debió encontrar los vocabularios recopilados una centuria antes a petición de la emperatriz de Rusia. Catalina II, en su deseo de elaborar un diccionario universal, había solicitado a Carlos III ayuda para recopilar una serie de voces de las lenguas amerindias y filipinas que pudieran ser comparadas con las lenguas europeas que la zarina ya había recopilado. El monarca español, en la figura del conde de Floridablanca, inició un oficio en donde se encargaba que “comisione a especialistas en lenguas de América que realicen traducciones en todos los idiomas indígenas que se pueda de las palabras contenidas en la lista nº 2”.
Entre 1788 y 1790, gobernadores y virreyes de las colonias españolas remiten las listas de palabras, unas veces anónimas y otras con el nombre del autor de la traducción o la recopilación, en diferentes lenguas. Pese a que la recopilación de las voces, tal y como consta en el citado expediente, se llevó a cabo, nunca llegó a enviarse de vuelta a Rusia (acaso por la muerte de Carlos III en 1788).
Un siglo después, el 17 de octubre de 1891, Juan Fernández Ferraz, profesor y escritor español afincado en Costa Rica, como secretario de la Exposición Histórico-americana de Madrid (IX Congreso de americanistas) que celebraba el IV Centenario del Descubrimiento de América, solicita a Ricardo Fernández Guardia, hijo del historiador costarricense León Fernández Bonilla, un ejemplar del “Vocabulario en 21 lenguas americanas que mandó hacer don Carlos III”. Los vocabularios encontrados y recopilados por León Fernández se publicaron en el marco de este evento bajo el título Lenguas indígenas de Centro América en el siglo XVIII según copia del archivo de Indias hecha por el Licenciado don León Fernández. Se trata de diferentes listas de palabras bilingües del español con las lenguas habladas en la Real Audiencia de Guatemala y que abarcaba, desde 1570, no solo la actual Guatemala, sino también las provincias mexicanas de Chiapas y Soconusco, Verapaz, Honduras, Nicaragua y Costa Rica.