Francisco Antonio Evaristo de Cabello y Mesa –también conocido por su seudónimo como articulista, Jaime Bausate y Mesa– fue un militar, escritor, dramaturgo, periodista y gramático aficionado español, activo desde finales del siglo XVIII hasta mediados de la década de 1820. Este autor, que nació en la pequeña localidad de Copernal (Guadalajara) en 1764, tuvo una vida agitada, siempre llena de cambios y novedades, y no carente de contradicciones. Los datos acerca de la calidad de sus progenitores y sobre los primeros años de su vida son escasos: parece que, al poco de nacer, su familia se trasladó a Extremadura, donde el joven alcarreño pasó su infancia y juventud, hasta que accedió a los estudios superiores. Cursó la carrera de Derecho (civil y canónico), sin llegar a completarla, en las –tras la expulsión de los jesuitas en 1767– decadentes Universidades de Toledo y Salamanca. En 1788, asentado en Madrid, comenzó a colaborar en diferentes publicaciones periódicas y realizó distintas traducciones de obras francesas, idioma que conocía a la perfección; no obstante, solo vivó durante breves meses en la corte, pues, en 1789, se embarcó con rumbo a Lima. En la capital del Virreinato del Perú residió durante casi diez años, y llegó a alcanzar una posición relevante en el seno de la sociedad limeña: en su Universidad de San Marcos culminó los estudios de Leyes para, a continuación, comenzar a ejercer como abogado en su Real Audiencia; también fundó y dirigió varias publicaciones periódicas, participó en diversos negocios mineros y fue uno de los fundadores de la ilustrada Sociedad de Amates del País. Además –tras su participación en la concienciación de la población local durante la Guerra del Rosellón (1793-1795), en la que la España de Carlos IV (1748-1819, rey de España entre 1788 y 1808) se enfrentó a la Francia revolucionaria– consiguió el grado de coronel. En 1800, decidido a volver a España, recaló en Buenos Aires, ciudad desde la que esperaba embarcar hacia Europa; al no encontrar ningún buque dispuesto a realizar la travesía, comenzó a trabajar en la Real Audiencia de la ciudad, al tiempo que –unido amistosamente con algunos de los máximos representantes de la Ilustración porteña, como Manuel Belgrano (1770-1820)– fundó y colaboró en nuevos periódicos y revistas. El de Guadalajara comenzó a simpatizar con las ideas que defendían la emancipación de las colonias americanas; por este motivo, durante la primera invasión británica del Río de la Plata (1806), apoyó a los enemigos de la Corona española. Tras el fracaso de la expedición contra Buenos Aires, y acusado de traidor, se enroló como voluntario para la defensa de Montevideo frente a la segunda invasión británica (1807); finalmente, fue tomado como prisionero y deportado al Reino Unido. Durante la travesía hacia Europa –no se sabe muy bien cómo– terminó desembarcando en La Coruña. Después de visitar Extremadura, donde aún vivía su padre, y con el país sumido en la Guerra de la Independencia (1808-1814), Cabello apoyó a la Junta Suprema Central, reunida en Sevilla, y participó en la batalla de Bailén. Al término del enfrentamiento, ganado por el General Castaños (1758-1852), nuestro autor se pasó al bando francés y reconoció como rey a José I Bonaparte (1768-1844, rey de España entre 1808 y 1813). Con la derrota de los ejércitos napoleónicos, se trasladó a Francia, donde trabajó como profesor de lengua española hasta que, en 1823, regresó a España con los Cien Mil Hijos de San Luis. No se sabe con exactitud la fecha ni el lugar de la muerte su muerte, aunque se postula que tuvo lugar a finales del primer tercio del siglo XIX y en algún lugar de su país natal. Francisco Cabello y Mesa es considerado el decano de los periodistas hispanoamericanos, por ello una calle en Buenos Aires –calle Cabello, en el barrio de Palermo– y una Universidad en Lima –en este caso, se emplea su seudónimo: Universidad Jaime Bausate y Mesa– le rinden homenaje.
El trabajo filológico de nuestro protagonista se centró en la descripción gramatical de la lengua francesa con el objeto de facilitar su aprendizaje a los hispanohablantes. Con esta motivación, llevó a las prensas, en 1824, su manual N.º 3. Gramática francesa al uso de los españoles, copia literal de un texto anterior, llamado Gramática-sinóptica-francesa-castellana. Además, imprimió también un pequeño suplemento, denominado Mosaico-gramatical en coloquios didascálicos […]. Esta última obra –de estructura dialogada, cuyas protagonistas son las propias hermanas del autor– contiene reflexiones sobre el origen del idioma francés y sobre su gramática, lamentos por la falta de materiales adecuados para el estudio de la lengua gala, así como una serie de soluciones a cuestiones concretas: consejos para la pronunciación correcta de la u francesa y sobre cómo evitar confusiones entre la b con la v, instrucciones acerca de los falsos amigos, descripciones del paradigma verbal del francés o, por citar solo algunos, ejemplos de la fraseología del país vecino.