Jaime Carlos de Veyra fue un político, escritor, periodista y profesor universitario filipino. Nació en Tanauan (provincia de Leite), situada en el centro del Archipiélago bisayo, en el seno de una de familia principal. Realizó los estudios primarios en su localidad natal y en 1893 se trasladó a Manila para cursar la preparación universitaria; entre 1895 y 1897 se licenció en Derecho y Filosofía y Letras en la Universidad de Santo Tomás de la capital filipina. Sus años como estudiante coincidieron con el auge de la lucha por la emancipación de las Filipinas del poder colonial español; en este contexto, Veyra no se significó demasiado a favor de ninguno de los bandos y mantuvo esa misma actitud respecto a la ocupación estadounidense. Convertidas las Islas en un protectorado vinculado a Estados Unidos, Veyra desempeñó diversos cargos administrativos: secretario del gobernador militar de Leite (1898-1899), concejal en Cebú, gobernador de Leite (1906-1907) y miembro del Parlamento filipino (1907-1909). Desde 1917 y hasta 1923 realizó las labores de comisionado ante la Cámara de Representantes de los Estados Unidos en Washington (una especie de diputado –esta figura formaba parte de los acuerdos filipino-estadounidenses de 1898– con capacidad de asistir a las sesiones, pero sin voz ni voto). Si a lo largo de su vida siempre se había mostrado comedido respecto a sus opiniones políticas, a su vuelta de los Estados Unidos adquirió un mayor grado de compromiso y manifestó sus tendencias nacionalistas: se negó a repetir en el cargo, se centró en el periodismo –escribiendo sobre cuestiones inocuas, pero siempre en lengua española– y decidió dedicarse a la docencia y a la dignificación de la lengua y tradición españolas y tagalas en el Archipiélago, como contrapunto a la cada vez más importante influencia estadounidense. En 1923 se convirtió en profesor del Departamento de Español de la Universidad de Manila y ocupó su dirección desde 1925 a 1936. En 1937 fue uno de los fundadores del Instituto Nacional de la Lengua, institución creada para normativizar el tagalo y convertirlo así en la lengua nacional (siempre tratando de frenar la expansión del inglés). Sufrió en Manila la Segunda Guerra Mundial y contempló cómo, primero, los estadounidenses, con la instalación de armamento defensivo, y, después, los japoneses, con sus bombardeos sistemáticos, arrasaron la práctica totalidad de Manila. Sobrevivió sin grandes sobresaltos a la durísima ocupación japonesa y celebró la liberación aliada y la marcha de los estadounidenses en 1946. Trabajó como investigador en la Biblioteca Nacional de las Filipinas y colaboró con el primer presidente de la República, Manuel Roxas (1892-1948), y con su sucesor, Elpidio Quirino y Rivera (1890-1956). Veyra murió en 1963, con 90 años, habiendo alcanzado un gran prestigio y después de asistir a lo largo de su vida a la total y radical trasformación vivida por el archipiélago filipino desempeñando siempre un papel destacado.
Su labor filológica se centró en la defensa y el cuidado de la lengua española en Filipinas, presencia ya precaria en la época colonial y que –con los turbulentos acontecimientos del siglo XX en las Islas– peligraba todavía más. Se centró en el estudio del léxico y en aquellas palabras que las lenguas filipinas habían aportado al común de los hablantes de español.