Ambrosio de Morales fue un humanista, historiador, arqueólogo y filólogo del Renacimiento español. Nació en la ciudad de Córdoba en el seno de una familia acomodada y de reputados intelectuales, no en vano era sobrino del celebérrimo humanista Fernán Pérez de Oliva (¿1494?-1531) e hijo del famoso médico cordobés Antonio de Morales (¿segunda mitad del s. XIV?-1535). Después de pasar su primera infancia en la cercana localidad de Montilla, Morales cursó las primeras letras en su Córdoba natal y comenzó los estudios de Gramática antes de trasladarse a la Universidad de Salamanca (1526 o 1527) en compañía de su tío. En la academia salmantina, donde Pérez de Oliva iba desarrollando una carrera docente que le permitiría alcanzar el cargo de catedrático y rector, Morales –siempre a la sombra de este– comenzó a interesarse por el estudio de la lengua castellana. Tras la muerte de Pérez de Oliva, acaecida en 1531, Morales regresó a Córdoba y profesó como religioso jerónimo (1533) en el convento de Valparaíso, en plena sierra cordobesa. Los datos biográficos que poseemos sobre los inmediatos años de su vida son muy confusos: la muerte de su padre (1535) lo sumió en una gran turbación de la que intentó salir refugiándose en la práctica extrema de la religión: parece que vivió una serie de experiencias místicas que lo llevaron a planear un quimérico viaje a Roma e –incluso– a la automutilación genital. Superada esta etapa de crisis, nuestro autor se instaló en Alcalá, en cuya Universidad –donde su padre había sido catedrático–, amplió sus estudios y se convirtió en discípulo del teólogo Melchor Cano, O. P. (1509-1560), uno de los más reputados filósofos de la primera mitad del siglo XVI y participante en la denominada polémica de los naturales, disquisición planteada en las cortes de Valladolid (1550-1551) sobre el tratamiento que debería recibir la población nativa en los virreinatos americanos. Ambrosio de Morales pasó largos años vinculado a la universidad complutense, de la que llegó a ser catedrático de Retórica (1550) y un gran conocedor de las lenguas clásicas. Simultáneamente, desempeñó labores arqueológicas por designación de Felipe II (1527-1598) realizando frecuentes viajes por España y, desde 1563, ejerció como historiador tras su nombramiento como cronista de Castilla. A partir de 1578, Morales ejerció en El Puente del Arzobispo (Toledo) de vicario del cardenal primado de España, Gaspar de Quiroga y Vela (1512-1594), personalidad no conflictiva designada por Felipe II para ocupar la silla de Toledo tras la tormentosa regencia del dominico Bartolomé de Carranza (1503-1576). Cuando su salud comenzó a quebrantarse, nuestro autor regresó a Córdoba, ciudad en la que murió en 1591. Como personalidad relevante dentro de la intelectualidad española de su tiempo, Morales participó en comisión de servicios en señalados acontecimientos, entre ellos, la canonización (1567) del franciscano Diego de San Nicolás (1400-1463), conocido desde entonces como San Diego de Alcalá.
La obra filológica de Morales está íntimamente ligada a la edición de los escritos de su tío. De hecho, nuestro autor incluyó como texto preliminar a las obras completas de Fernán Pérez de Oliva su «Discurso sobre la lengua castellana», que llevó a las prensas cordobesas en 1586. Esa recopilación, con preliminares incluidos, volvió a la imprenta en 1787 (Benito Caro, Madrid). Este «Discurso» se inserta dentro de la labor de dignificación del vernáculo románico por parte de los humanistas, tarea común durante el siglo XVI.