Como suele ser habitual en su época, Mariano Barreto desarrolla una destacada labor cultural en la Nicaragua republicana que tiene como vectores fundamentales, además de la literatura y la filología, el periodismo y la jurisprudencia, lo que lo convierte en una figura de indudable relevancia en la historia del país. En este sentido, no exagera Fernández de Cano cuando lo define como una "figura destacada del Romanticismo tardío en las letras centroamericanas" que se caracteriza por combatir "con ardor, en sus ensayos y artículos periodísticos, el oscurantismo, el clericalismo ortodoxo y el autoritarismo político dictatorial".
Nacido en 1856 en Chinandega o en León, estudia derecho en la universidad de esta última ciudad y, ya como doctor en Leyes, se involucra en los avatares políticos del país por medio de la prensa, al publicar en diferentes revistas y periódicos (La Patria, Los Nuevos Tiempos, Revista de Nicaragua) artículos críticos con la iglesia católica, la dictadura del general José Santos Zelaya o la intervención estadounidense en los asuntos internos del país, lo que le hace conocer la cárcel e incluso lo obliga a exiliarse durante cierto tiempo. De vuelta ya al país, fija su residencia en León, donde salen a la luz varios libros suyos de carácter histórico y literario (Política, religión y arte, 1921, 1923; Carta histórica, filosófica y religiosa, 1924; Prosas de combate, 1925; Páginas literarias, 1925) y donde fallece a la edad de 71 años, el 28 de septiembre de 1927.
Más allá de la política, es importante su trabajo en pro de la cultura de Nicaragua, que se evidencia -entre otras cuestiones- en su participación en la sociedad literaria La Aspiración o en su papel en la creación del Ateneo Nicaragüense (1896), que codirige con Tomás Ayón, así como en la fundación de la Revista literaria, científica y de conocimientos útiles (1888), importante punto de encuentro de la intelectualidad nacional en la época. Dentro de esta vertiente humanista se engloba también su obra como poeta y muy especialmente su labor filológica, caracterizada en palabras de Fernández de Cano por "una encendida defensa de la tradición española cuando se trata de asumir [...] su legado literario y, sobre todo, su riquísima herencia lingüística", lo que lo convierte "en el gran defensor en Nicaragua de la pureza de la lengua castellana", en línea con la corriente purista que predomina en Centroamérica en estos momentos.
Este interés por la lengua -que lo lleva a mantener correspondencia y a ser alabado por figuras como el colombiano Rufino José Cuervo o el español Miguel de Unamuno- cristaliza en una serie de obras de temática lingüística caracterizadas, según Fernández de Cano, por una "exposición clara y sencilla de los aspectos teóricos" que se acompaña de "ejercicios prácticos en los que el lector podía poner a prueba los saberes adquiridos", entre las que sin duda destaca su Vicios de nuestro lenguaje (Tipografía J. Hernández, León, 1893), representación nicaragüense del purismo centroamericano que evidencian también, por ejemplo, los Vicios del lenguaje del guatemalteco Batres Jáuregui o los Vicios y correcciones del idioma español del salvadoreño Salazar García.