Mateo Alemán es una figura destacada en la literatura española, conocido por sentar las bases de la novela picaresca. Este sevillano nacido en 1547 comenzó su formación en su ciudad natal, debió ser alumno de Humanidades en el estudio de Juan de Mal Lara (1524-1571), graduándose como bachiller en Artes y Filosofía en la Universidad llamada Maese Rodrigo. En 1565, con 18 años, se trasladó a Salamanca para matricularse en los estudios de Medicina, que continuó en Alcalá de Henares hasta 1567, fecha en la que falleció su padre y decidió abandonarlos. Regresó a Sevilla, donde contrajo matrimonio e inició su andadura profesional. Su primer puesto fue el de recaudador del subsidio de Sevilla y su arzobispado y, en 1571, obtuvo el cargo de contador de resultas en Madrid. Desde su vuelta a Sevilla en 1573, compaginó su empleo con otras actividades comerciales que desembocaron en su ingreso en prisión en 1580. Tras cumplir su pena, se instaló en Madrid, donde volvió a ejercer como contador de resultas y como juez de comisión. En los últimos años del siglo XVI cesó su labor administrativa y lo embargaron los problemas económicos, probablemente por sus transacciones paralelas, por lo que, una vez más, se vio obligado a volver a su ciudad natal. Allí permaneció ocupado con sus proyectos editoriales hasta 1608, año en el que se embarcó hacia América. Aunque se desconoce la fecha exacta de su muerte –hacia 1614–, se sabe que pasó sus últimos años en México como contador de la Universidad.
Su obra más célebre es el Guzmán de Alfarache: Primera parte de Guzmán de Alfarache (Várez de Castro, Madrid, 1599) y Segunda parte de la vida de Guzmán de Alfarache, atalaya de la vida humana (Pedro Craasbeck, Lisboa, 1604); ahora bien, la faceta de escritor de Alemán es más abarcadora. Participó en el debate ortográfico que favoreció la aparición de numerosas aportaciones al género en el siglo XVI, tomando partido por la moderna postura fonética, frente a la caduca etimológica, en su Ortografía castellana. Alentado por motivos pedagógicos y políticos, propone un alfabeto de 30 grafías con el fin de establecer un paralelismo entre fonemas y signos y desechar la ortografía arcaizante. Asimismo, para defender su reforma, Alemán entreveró en la teoría ortográfica apuntes autobiográficos.