Francisco Belmar Rodríguez fue un jurisconsulto y lingüista mexicano, activo durante los decenios finales del siglo XIX y los primeros del siglo XX. Nuestro autor vio la luz en la localidad de Tlaxiaco, situada en la zona centro-occidental del estado de Oaxaca, en 1859, en el seno de una familia acomodada e ilustrada. Belmar cursó las primeras letras en su pueblo natal; aprendidas estas, se trasladó a la capital del estado, Oaxaca, para cursar la preparatoria en un colegio religioso. A finales del decenio de 1870 comenzó los estudios de Derecho en esa misma ciudad, carrera que culminó en 1883 para empezar a ejercer la abogacía en un despacho abierto por él mismo. El oaxaqueño simultaneó su trabajo en la jurisprudencia con el desempeño de la docencia: fue catedrático de Francés en la institución en la que se había formado y, posteriormente, profesor en la Escuela Normal de Oaxaca. Durante este tiempo recorrió gran parte de su región y se familiarizó con las lenguas amerindias habladas en aquel territorio; ese contacto personal –junto con las vivencias de su infancia, siempre en relación con las lenguas indígenas– estimuló su interés por el estudio y el cuidado de ese patrimonio; como resultado de esta inclinación, surgió en Oaxaca un círculo de intelectuales que se consagraron al estudio de las lenguas y de los restos arqueológicos de las poblaciones amerindias oaxaqueñas. En los años siguientes, Belmar trabajó, desempeñando un sinfín de cargos de responsabilidad, en la administración pública y en la magistratura, primero, en Oaxaca, y después, a lo largo y ancho de la República Mexicana; el de Tlaxiaco alcanzó el culmen de su trayectoria al ocupar un puesto en la Corte Suprema de Justicia de la Nación, por lo que, a comienzos del siglo XX, se instaló en la capital del país. Belmar fue miembro de la Sociedad Filológica de París desde 1902; también perteneció a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, de la que llegó a ser presidente honorario desde 1916. Durante todo el Porfirato, fue un personaje muy relevante en su país; sin embargo, con el triunfo de la Revolución, fue, poco a poco, relegado. Finalmente, Francisco Belmar murió en la Ciudad de México, en 1926, con 67 años.
Nuestro autor fue uno de los pioneros de la Lingüística mexicana y el gran continuador de la labor iniciada por Francisco Pimentel (1832-1893). Belmar se convirtió en un reputado estudioso de las lenguas otomangues, particularmente del zacateco –lengua con la que se familiarizó tras el estudio y la edición de los escritos del dominico fray Gaspar de los Reyes (1655-1706)–, pero también de lenguas oaxaqueñas no otomangues. Desde 1890, y durante los primeros 20 años del siglo XX, este autor publicó estudios acerca de casi todas las lenguas de su estado natal (aunque también desarrolló interés por todas las lenguas de México e, incluso, de las Américas); algunas de estas publicaciones constituyen los primeros estudios sobre esos idiomas. El tlaxiaqueño también compuso multitud de artículos científicos sobre estos mismos temas, textos publicados tanto en revistas mexicanas como estadounidenses. Aparte de lo expuesto, combinó su trabajo intelectual con una preocupación por la situación social y el futuro de los hablantes amerindios (articulada a través de la Sociedad Indianista Mexicana, fundada por él mismo en 1910), a la vez que expresó su deseo de dignificación de las lenguas originarias de los Estados Unidos Mexicanos, en pleno proceso de castellanización de las capas indígenas del país. En 2011 vio la luz la Colección Francisco Belmar, que compila las obras completas de este investigador.