Es de sobra conocido que tras este seudónimo se esconde el nombre de la célebre escritora romántica Cecilia Böhl de Faber, que vio la luz en la localidad de Morges (Suiza) en 1796. El porqué de su nacimiento en ese lugar tiene que ver con la calidad de su familia, formada en el cosmopolita Cádiz dieciochesco –floreciente nuevo puerto de Indias tras las reformas borbónicas– y compuesta por un padre alemán, comerciante y representante de la Hansa, y un madre española, de ascendencia irlandesa. En ese año, 1796, ambos se dirigían a Hamburgo, ciudad natal del padre de nuestra protagonista, cuando, a la altura de la mencionada población helvética, los dolores del parto sorprendieron a Francisca Ruiz de Larrea (1775-1838), la madre de la futura afamada escritora. A los pocos días del natalicio, la familia Böhl de Faber continuó su camino hacia la gran ciudad a orillas del Elba. En Hamburgo vivió Cecilia durante sus primeros meses de vida para, a comienzos de 1798, instalarse en Cádiz. Durante siete años creció en un ambiente culto y refinado, en el que era palpable la huella de los principios y de la estética del Romanticismo alemán, una corriente que idealizó los valores tradicionales y locales en respuesta a las innovaciones y a la vocación universalista de la Ilustración. Debido a la convulsión provocada por la política imperialista de Napoléon (1769-1821, emperador de Francia entre 1804 y 1814), que en España se tradujo en la ocupación de la Península y en el freno en las conexiones con los territorios de Ultramar, el comercio gaditano entró en crisis, y los Böhl de Faber se trasladaron de nuevo a Hamburgo en 1805. A partir de esa fecha, y por espacio de nueve años, la joven Cecilia recibió una esmerada educación en un colegio francés de esa ciudad alemana. En 1814, con la vuelta al trono español de Fernando VII (1784-1833, rey de España en 1808 y entre 1814 y 1833), los Böhl de Faber se reunieron nuevamente en Cádiz, felices de que su ideología –claramente conservadora– fuera compartida por el nuevo monarca. En 1816, Cecilia contrajo matrimonio con un joven capitán que esperaba en el puerto gaditano su marcha a Puerto Rico, isla a la que se encaminó la nueva pareja; sin embargo, tras la muerte de su marido durante la travesía, la autora de La gaviota hubo de regresar a la casa paterna a los pocos meses. En 1822, contrajo otra vez matrimonio, esta vez, con un aristócrata liberal sevillano; a partir de ese momento, residió de forma habitual en la capital andaluza, aunque con prolongadas estancias en la finca que su familia política poseía en la localidad de Dos Hermanas (Sevilla). Durante 14 años vivió a caballo entre la ciudad, donde mantenía una concurrida tertulia –visitada por personajes de la talla de Washington Irving (1783-1859) y otras figuras del Romanticismo europeo y norteamericano–, y el campo, lugar en el que se familiarizó con diversas realidades (lingüísticas, etnográficas o sociológicas) del agro andaluz. En 1836, tras la muerte de su segundo marido, nuestra autora viajó a Londres; allí vivió un amor tempestuoso, que más tarde inmortalizó en una de sus novelas, Clemencia. Un año después (1837), de vuelta en España, volvió a casarse, esta vez, con un abogado rondeño 20 años menor que ella, lo que generó multitud de comentarios maliciosos. En los años siguientes, y hasta que su tercer marido se hizo cargo del consulado de España en Sídney (1854), Cecilia se dedicó a la literatura y publicó, gracias a la ayuda de José Joaquín de Mora (1783-1864), algunas de sus novelas más importantes, como La familia de Alvareda o La gaviota. Fue en aquellos años cuando comenzó a emplear el seudónimo de Fernán Caballero, según sus propias palabras, para preservar su intimidad y evitar presentarse ante el público como una mujer con un apellido extranjero. Después de la marcha de su esposo (que terminó suicidándose) a su destino en Australia, desamparada y con problemas económicos, pero apoyada por la aristocracia sevillana –en especial, por los duques de Montpensier– y con prestigio propio gracias a su dedicación a la escritura, consiguió que Isabel II (1830-1904, reina de España entre 1833 y 1868) la alojara en el Alcázar de Sevilla y le concediera una pequeña pensión. A partir de 1859 llevó una vida retirada, rodeada de sus amigos y consagrada a sus quehaceres intelectuales. Desde la cama, postrada por una enfermedad, asistió con espanto a los sucesos de Sexenio Democrático (1868-1874) y celebró la restauración monárquica en la persona de Alfonso XII (1857-1885, rey de España entre 1874 y 1885). Finalmente, Cecilia Böhl de Faber murió en Sevilla, en 1877, con 81 años, rodeada de admiración y reconocimiento.
El trabajo literario de Fernán Caballero fue prolífico, y destacó por la producción de cuadros de costumbres. Sin embargo, su quehacer filológico fue más escaso, y se limitó a la composición de un refranero, en el que incluyó una gran cantidad de adagios y sentencias, agrupados por campos semánticos (calendario agrícola, meteorología, profesiones del campo…), que recolectó durante sus estancias en la finca familiar de Dos Hermanas. Esta obra vio la luz de forma póstuma, dentro de los tomos XV y XVI de sus obras completas.