Ramón Cabrera y Rubio nació en Segovia en 1754. Fue sacerdote, próximo a las ideas jansenistas, consejero de Estado y prior de Arróniz (Navarra), además de capellán y bibliotecario de la casa de Alba, lo que le permitió entablar amistad con conocidos intelectuales como los hermanos Iriarte, Moratín o Goya, quien le hizo un retrato. También fue preceptor de jóvenes pertenecientes a la nobleza. Gran experto en latín, ingresó en la Real Academia Española en 1791, ocupó el sillón N, con un discurso titulado Consideraciones sobre la sobre la armonía, gravedad y abundancia de la lengua castellana. Llegó a ser director de la institución entre el 29 de marzo de 1814 y el 18 de octubre del mismo año. Su fugaz mandato se debe a su destitución por parte de Fernando VII (1784-1833, rey en 1808 y desde 1813), que además lo tachó de la lista de académicos (el sacerdote era el redactor de la carta de felicitación enviada a las Cortes de Cádiz cuando se suprimió la Inquisición, también fue acusado, cuando fue elegido vocal de la Junta de Censura de Madrid, durante la Guerra de la Independencia –1808-1814–, de no haber censurado un artículo impreso que defendía la soberanía popular). Sin embargo reingresó en la Academia tras el pronunciamiento de Riego (1784-1823) en 1820 y la llegada del Trienio Liberal (1820-1823), ahora como titular del sillón R. Fue académico de honor de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Murió en Sevilla en 1833.
Entre sus obras caben destacar el Diccionario del lenguaje antiguo castellano (por más que el autor habla, en todo momento, de meros «apuntamientos»), que se conserva de forma manuscrita en la biblioteca de la Academia, donde se pueden encontrar datos de interés referentes a la época preclásica no incluidos en los repertorios históricos, así como el Diccionario de etimologías de la lengua castellana (obra póstuma publicada en 1837 a partir de notas sueltas recopiladas y ordenadas por José Duaso y José Presas), exento, en gran medida, de los lastres característicos de la etapa precientífica de este tipo de repertorios. Gran admirador de la obra cervantina, elaboró también comentarios sobre el Quijote. Dejó escritas, además, numerosas papeletas orientadas a la revisión de la gramática académica, múltiples correcciones y adiciones al Diccionario universal latino-español de Manuel de Valbuena (¿?-1821) e, incluso, un diccionario geográfico que no llegó a completar, un repertorio de americanismos y una biografía de Nebrija, trabajos de los que nos da noticia Juan de Dios Gil de Lara en la semblanza que precede a su antes señalado repertorio póstumo.