Francisco Cañes nació en Valencia en 1730. Siendo joven profesó en los franciscanos descalzos, como nos hace saber en la portada de su Gramática: «religioso Francisco Descalzo de la Provincia de San Juan Baptista, Misionero Apostólico en el Asia, Lector de lengua árabe, Guardián, y Cura que ha sido del Convento de San Juan Baptista en Judea, y del Colegio de Padres Misioneros de Tierra Santa en la Ciudad de Damasco». En 1755 partió hacia el Próximo oriente, donde permaneció hasta 1771, viviendo principalmente en Jerusalén y Damasco. Fue uno de tantos religiosos franciscanos españoles que desarrollaron su labor en Tierra Santa durante el siglo XVIII. A su regreso a España se instaló en Valencia. En 1776, llamado por orden de Carlos III (1716-1788), se trasladó a Madrid para publicar la Gramática arábigo-española (1775) y, más tarde, bajo el patrocinio regio, el Diccionario español latino-arábigo (1787). En 1787 la Real Academia de la Historia lo nombró académico supernumerario. Murió en Madrid en 1795.
La Gramática arábigo-española, plagio de la que había compuesto el también franciscano Bernardino González (ca. 1665-ca. 1726) había caído ya en el descrédito en el siglo XIX por su escaso valor científico. Fue editada pensando en los jóvenes religiosos que deseosos de pasar a Tierra Santa, y otros lugares de Asia, debían instruirse en el Seminario de los franciscanos, según decisión de la Real Cámara, aunque no puede desvincularse de la reapertura de los Reales Estudios de San Isidro en 1770, con una cátedra de árabe. Como complemento de la gramática (o las gramáticas, la vulgar y la literal) le añadió el autor un «Diccionario manual árabe y español, en que se ponen las voces más usuales para una conversación», que no es otra cosa que una nomenclatura, dividida en 60 epígrafes, o artículos, según los denomina el autor, la única bilingüe que tenemos con ese par de lenguas. Motivos similares a los de la gramática fueron los que le movieron a publicar el Diccionario español latino-arábigo, facilitar el aprendizaje del árabe a los religiosos, comerciantes y viajeros que iban al cercano oriente, como señala expresamente en el prólogo. Su punto de partida fue también el diccionario de Bernardino González, aunque reducido a la parte español-árabe-latín, adaptado al orden alfabético del repertorio académico aparecido ya en un solo tomo (1780), con algunos cambios en el contenido.