Miguel Antonio Caro Tobar fue un político, humanista, latinista y filólogo colombiano del siglo XIX que, entre 1892 y 1898, fue el 24.º presidente de la República de Colombia. Nació en Bogotá, en 1843, y fue bautizado con los nombres de Miguel Antonio José Zoilo Cayetano Andrés Avelino de las Mercedes. Vio la luz en el seno de una familia criolla, acomodada e ilustrada, procedente del departamento de Nuevo Santander; su padre, el poeta José Eusebio Caro Ibáñez (1817-1853) fue el fundador del Partido Conservador colombiano. La infancia del bogotano transcurrió en la capital cundinamarquesa, donde aprendió las primeras letras de la mano de maestros privados para, seguidamente, estudiar con los padres jesuitas; no obstante, debido a las turbulencias políticas de la época, su formación fue más bien autodidacta y no pudo cursar estudios universitarios reglados. Esta situación no impidió que, años después y gracias a los méritos alcanzados a lo largo de su trayectoria pública, fuera nombrado doctor honoris causa por varias universidades chilenas y mexicanas. Sea como fuere, en 1867, pese a su corta edad y gracias a los volúmenes atesorados en la biblioteca familiar, había adquirido ya una notable erudición, suficiente como para componer uno de los textos que lo consagraron para la posteridad, la Gramática de la lengua latina para uso de los que hablan castellano, redactada al alimón con Rufino José Cuervo (1844-1911). Así, con solo 24 años, nuestro protagonista entró a formar parte de la élite cultural de su ciudad, apodada por aquel entonces, gracias a su esplendor cultural y artístico, la Atenas de Sudamérica. Su huella en diversas instituciones culturales fue muy notable: dirigió, entre 1880 y 1885, la Biblioteca Nacional de Colombia y fundó, en 1871, la Academia Colombiana de la Lengua. Durante la segunda mitad del siglo XIX, los dos grandes partidos de Colombia fueron el Conservador y el Liberal; en ese contexto, Caro, interesado por la política desde muy temprana edad, utilizó el periodismo –en concreto, el periódico El Tradicionalista, que dirigió entre 1871 y 1876– como altavoz para difundir su ideología. Sus convicciones lo llevaron a abogar por la creación de una tercera vía, concretada en la creación de partido confesional católico; dicho plan, al principio, causó un amplio rechazo, incluso entre la curia bogotana. Unos años más tarde, en 1880, nacía el Partido Nacional, que hizo posible un movimiento de regeneración que abrió el camino a la Constitución de 1886, un texto que recogió parcialmente las ideas de nuestro autor. Esas tesis, a veces ambiguas y difíciles de definir, se sustentaban en dos claros principios: la apología del Socialismo cristiano, en consonancia con la dirección que la Iglesia tomó de la mano del papa León XIII (1810-1903, obispo de Roma entre 1878 y 1903), y la defensa del ideal de la Hispanidad. Convertido en una de las figuras políticas más reputadas de su país, alcanzó la más alta magistratura patria en 1892, de la mano de Rafael Núñez Moledo (1825-1894, presidente de Colombia entre 1880 y 1882, y entre 1887 y 1888). La presidencia de Caro, marcada por el proteccionismo económico y la centralización administrativa, no resulto fácil, pues tuvo que hacer frente a los embistes de los liberales y de los conservadores, y estuvo jalonada por pronunciamientos y revueltas callejeras. Tras sus años como presidente, se refugió por breve tiempo en el cultivo de las letras y en la docencia universitaria. Sin embargo, en 1902, regresó a la vida pública como senador, y participó activamente en los debates surgidos al calor de la segregación panameña, auspiciada por los Estados Unidos con la intención de controlar el tránsito por el futuro Canal de Panamá. En 1905 Miguel Antonio Caro se retiró de la vida pública y falleció cuatro años después, en 1909, en Bogotá, rodeado de un enorme prestigio y convertido en una de las personalidades señeras de la intelectualidad decimonónica neogranadina. Tras su fallecimiento, el Gobierno colombiano encargó a su hijo la recopilación y la publicación de todos los escritos de su padre, así vieron la luz los ocho tomos de sus Obras completas (1918-1945) y los tres de Obras poéticas (1928-1933). Con posterioridad, fue creado el Instituto Caro y Cuervo, que asumió la labor de editar y estudiar las obras completas de nuestro protagonista y del autor del celebérrimo Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana.
Miguel Antonio Caro fue un hombre polifacético, que no puede ser claramente encuadrado en una actividad concreta. Su trabajo filológico, lingüístico y literario, floreció durante su juventud, pues más tarde fue sustituido por el quehacer filosófico y político. En el sentido que nos ocupa, su primera obra fue la mencionada Gramática latina, que cambió el estudio de esa lengua en toda Sudamérica, y que vio cinco ediciones más hasta finales del siglo XIX. A continuación, y dentro de los Anales de la Universidad de los Estados Unidos de Colombia, publicó un completo y extenso artículo sobre el uso del participio en castellano; este artículo fue publicado como libro independiente por el Instituto Caro y Cuervo en 1976. En 1881 leyó, ante el pleno de la Academia Colombiana de la Lengua, un discurso sobre la naturaleza del lenguaje, que fue llevado a las prensas ese mismo año. En 1882 estudió y reeditó los Principios de ortología y métrica, del afamado gramático Andrés Bello (1781-1865); su inclinación por las obras del venezolano lo llevó a colaborar con el también gramático colombiano Marco Fidel Suárez (1855-1927) en el análisis y en la impresión de otros de sus textos. En 1955, Darío Achury Valenzuela (1906-1999) compendió en un volumen todos los trabajos gramaticales que de nuestro protagonista se hallaban dispersos por multitud de publicaciones periódicas; a una tarea similar se dedicó unos años después, en 1962, Carlos Valderrama Andrade (1927-2011). Caro también destacó como poeta latino, lengua que dominaba a la perfección, y como traductor y exégeta de la obra de Virgilio (70 a. C.-19 a. C.).
Rufino José Cuervo Urisarri fue el séptimo hijo del doctor Rufino Cuervo Barreto (1801-1853), figura destacada en la política colombiana. Nació en Bogotá (Colombia) en 1844. Recibió su primera educación en el domicilio familiar hasta la muerte de su padre en 1853. Continuó sus estudios de Gramática y Lógica en el Liceo de Familia, primero, y en el Colegio Mayor de San Bartolomé, después; sin embargo, debido a la inestabilidad que sufría el país, tuvo que completar su formación de manera autodidacta. En 1867 obtuvo una cátedra de latín, pero pronto abandonó la enseñanza –apenas tres años más tarde- para dedicarse a la investigación filológica, a la vez que colaboraba en la fábrica de cerveza familiar. Pudo haberse centrado en el comparativismo, ya que sus conocimientos abarcaban distintas familias lingüísticas; sin embargo, se decantó por la románica, concretamente por la lengua española. Desde 1878, fue académico correspondiente por Colombia de la Real Academia Española, así como de la Academia Mexicana de la Lengua. Gracias a los ingresos que les había reportado el negocio familiar, Rufino José Cuervo y uno de sus hermanos se instalaron en París en 1882. Pasó sus últimos años en la capital francesa, donde falleció en 1911.
La obra de Rufino José Cuervo supuso un acercamiento de los estudios en lengua española a las nuevas corrientes lingüísticas. La Gramática de la lengua latina que escribió junto a Miguel Antonio Caro (1843-1909) constituyó el primer hito en este sentido. Constaba de dos cursos: una primera parte que proponía un estudio sin recurrir a la analogía y una segunda, con citas de reputados autores, en la que la confrontación de las lenguas latina y castellana revela su formación en el comparativismo lingüístico. La decena de ediciones que se conocen de esta obra, que sirvió de manual en centros hispanoamericanos y españoles hasta principios del siglo XX, es un indicador de su éxito. También fueron profusamente editadas y reimpresas las notas a la Gramática castellana (1853) de Andrés Bello (1781-1865), a cuyo rigor científico contribuyeron a aumentar, publicándose en algunas ediciones de la Gramática como obra de doble autoría. Además de su aportación a la Gramática, Cuervo mostró interés por la corrección lingüística y la Lexicografía. A la primera cuestión dedicó sus Apuntaciones críticas con el propósito de remediar los vicios del habla colombiana a través de los clásicos y las remisiones a otras lenguas o a los orígenes de la propia lengua, si bien sus condenas son extensibles a las variedades hispanoamericanas. Se publicaron siete ediciones de las Apuntaciones en París y Bogotá durante los últimos años del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX. En cuanto a la Lexicografía, cabe destacar su interés por el enfoque diacrónico. La Muestra de un diccionario, que compiló en colaboración con Venancio G. Manrique (1836-1889), fue un proyecto lexicográfico truncado, cuyo propósito era reunir notas etimológicas, además de las acepciones con sus correspondientes ejemplos extraídos de citas de los clásicos. Tampoco logró llevar a término el Diccionario de construcción y régimen, que fue completado en 1994, tras no pocos avatares, por el Instituto Caro y Cuervo colombiano, creado entre otros motivos para dar continuidad y terminar la obra de Cuervo. Es un diccionario que se fija en los aspectos sintácticos del uso de las palabras, recurriendo a la explicación diacrónica, por lo que no es un diccionario general de la lengua, ni histórico o diacrónico en sentido estricto, aunque con frecuencia se presenta como tal. En él convergen sus intereses filológicos: el origen de las formas, la corrección lingüística y el comparativismo. A todo ello se suman las citas propuestas para ejemplificar los usos. Asimismo, publicó numerosos trabajos dispersos, como «Los casos enclíticos y proclíticos del pronombre de tercera persona en castellano», «Las segundas personas del plural en la conjugación castellana» o las «Disquisiciones sobre antigua ortografía y pronunciación castellanas», estas dos últimas publicadas en las Obras inéditas a cargo del P. Félix Restrepo (1887-1965). El propio Cuervo había preparado la edición de su obra suelta bajo el título de Disquisiciones sobre filología castellana que permanecieron inéditas hasta que, finalmente, vieron la luz en la primera parte del segundo volumen de la edición de sus Obras.