Eugenio Castillo Orozco fue un sacerdote, misionero y lexicógrafo aficionado neogranadino. No se conservan más datos sobre su vida que los que el autor hizo constar en el prólogo de su Vocabulario de los indios de la nación páez, manuscrito fechado en 1755. En breves líneas señala el lugar donde nació, San Sebastián de la Plata (Huila, Colombia), su condición de sacerdote y la fecha de su ordenación, 1735. También hace alusión a los largos años pasados en el valle del Cauca (Colombia) en contacto con los indígenas páez o nasa, pueblo que habitaba en la zona andina del suroccidente de la actual Colombia.
Orozco Castillo compuso un vocabulario monodireccional páez-castellano con el fin de facilitar la evangelización de ese pueblo amerindio, propósito común al de toda la lingüística misionera. El propio autor se califica como lego en materia lexicográfica e insiste en que solo lo mueve su vocación misionera y apostólica. Parece que esta comunidad indígena estaba ya en pleno proceso de castellanización a mediados del siglo XVIII, por lo que el texto de Castillo no resultó de mucha utilidad y no llegó a llevarse a las prensas. En 1877 Ezequiel Uricoechea (1834-1880), afamado filólogo colombiano, publicó la obra de Castillo junto con otro vocabulario castellano-páez, así el texto resultante quedó convertido en un repertorio bidireccional. Uricoechea, en el prólogo de su edición, no indica exactamente de qué manuscrito parte, aunque informa de la posible existencia de tres ejemplares. El primero, que –en palabras del editor– debe existir en la Biblioteca Nacional de Colombia, se entiende que es el manuscrito autógrafo atesorado por José Vergara y Vergara (1831-1872) y donado a la Biblioteca Nacional en 1875. La duda de Uricoechea sobre la conservación del manuscrito en la Biblioteca Nacional colombiana no deja de ser desconcertante, pues cabe presuponer que este fue la base de su trabajo. Un segundo, llevado, al parecer –también según Uricoechea–, a España gracias a la labor de José Celestino Mutis (1732-1808), quien recogió vocabularios inéditos de lenguas amerindias con el fin de contribuir al proyecto de diccionario universal amparado por Catalina la Grande (1729-1796), zarina de Rusia, recopilación que vio la luz bajo el título de Linguarum totius orbis vocabularia (Typis Ioannis Caroli Schnoor, Petrópolis –San Petersburgo–, 1786). El rey de España, Carlos III (1716-1788), consciente de la importancia de los materiales remitidos, frenó su envío a la corte imperial rusa y los transfirió a la Real Biblioteca: parece que ese podría haber sido el destino del manuscrito de Castillo, aunque no se sabe con exactitud. Hoy, ni en el catálogo de la Biblioteca Nacional de Colombia (respecto al primero), ni en el de la Real Biblioteca o el de Biblioteca Nacional de España (respecto al segundo), hay rastro de ninguno de ellos. En lo que atañe al posible tercer manuscrito apuntado por Uricoechea, ni él mismo hace alusión alguna a su paradero.