Pelayo Clairac y Sáenz nació Santiago de Cuba el 25 de diciembre de 1839. Realizó sus estudios superiores en la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos (Madrid), trabajando con posterioridad en la Junta de Estadística. Más tarde se trasladó a Sevilla destinado en la conservación de carreteras y servicio general de obras públicas. Cuando alcanzó el grado de ingeniero primero en 1865 se trasladó a la división de ferrocarriles del Mediodía. Dos años más tarde fue a Escocia comisionado por al gobierno para estudiar los ferrocarriles económicos, y fruto de su viaje fue una luminosa memoria. A él se debe el estudio del ferrocarril de Béjar a Mérida, cuya construcción se ajustó a él, así como la renovación del ferrocarril de Medina del Campo a Salamanca que emprendió al ser nombrado director de la Compañía de esa línea en 1871. Perteneció a la Junta consultiva de caminos, canales y puertos, de la cual fue secretario. En 1879 fue nombrado ingeniero jefe de segunda clase, constituyéndose en impulsor de nuestros ferrocarriles. Fue vocal de diferentes tribunales de exámenes y estudió varios proyectos, especialmente de ferrocarriles, a cuyo ramo dio notable impulso en nuestra nación. Fue un influyente humanista de la época, lo que le valió alcanzar varias distinciones, como la de caballero de la orden de Carlos III y la gran cruz de Isabel la Católica. Entre sus actividades está la creación de un periódico especializado, los Anales de la Construcción e Industrias y colaboró en diferentes revistas. Murió en Madrid en 1891.
Para la BVFE nos interesa por su Diccionario general de arquitectura e ingeniería, apoyado económicamente por el Ministerio de Fomento previo favorable informe de la Real Academia de Ciencias, que es considerado como uno de los mejores diccionarios de tecnicismos publicados en el siglo XIX. Apareció primero por entregas entre 1877 y 1908, y luego fue reunido en cinco tomos que abarcan hasta la letra P. Cuenta con una interesante introducción de diez páginas de Eduardo Saavedra y Moragas (1829-1912), miembro destacado de la Real Academia Española, así como de la de la Historia y de la de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, amigo y familiar de Clairac, el cual también se encargó de ordenar los materiales que había dejado escritos nuestro autor para el tomo quinto de la obra, el último que se publicó.
Desde su aparición, el diccionario tuvo una extraordinaria acogida y rápidamente se convirtió en obra de referencia especialmente para los ingenieros, que venían demandando desde hacía tiempo una obra como esta en la que recogiera la gran cantidad de tecnicismos que inundaba la lengua del siglo XIX. Ese mismo deseo ya había sido expuesto previamente por Clairac en diversos artículos periodísticos. La importancia del diccionario fue tan grande que en el siglo XX hubo varias voces que reclamaban su actualización por el servicio que prestaba tanto a su especialidad como a la lengua española por el nutrido número de voces científicas y técnicas que contenía.
El Diccionario general se constituyó en una de las fuentes utilizadas para la realización del Diccionario enciclopédico hispano-americano de literatura, ciencias y artes de la editorial Montaner y Simón (28 vols., Barcelona, 1887-1910; fue el antecedente directo de la que se conoce como Enciclopedia Espasa), especialmente para la redacción de voces técnicas. El mismo Clairac fue responsable en esa obra de las secciones de Geodesia e Ingeniería, en la cual colaboró igualmente Saavedra.