Sebastián de Covarrubias y Horozco (o también Orozco) nació el 7 de enero de 1539 en Toledo. Pertenece, según Julián Marías, junto con Juan de Austria, Antonio Pérez, Fernando de Herrera, fray Juan de los Ángeles, Juan de Mariana, Tomás Luis de Victoria, el Greco, San Juan de la Cruz, Juan de la Cueva, Mateo Alemán, Francisco Suárez y Pinciano, a la generación de Cervantes, pues todos ellos nacieron entre 1534 y 1548.
Era hijo del jurisconsulto Sebastián de Horozco y de María Valero de Covarrubias, quienes tuvieron también a Juan de Horozco y Covarrubias, que habría de ser obispo de Agrigento y de Guadix, y a Catalina.
Estudió en la Universidad de Salamanca y en 1567 fue ordenado sacerdote. Como eclesiástico ocupó diferentes cargos, y así fue capellán del rey Felipe II (1527-1598, rey desde 1556), consultor del Santo Oficio y canónigo de la catedral de Cuenca. Además fue elegido Comisario Apostólico encargado de llevar a cabo la instrucción de los moriscos valencianos, y, gracias al bien hacer de Covarrubias, a su vuelta a Cuenca fue nombrado maestrescuela de la catedral.
Murió el 8 de octubre de 1613 en Cuenca.
Sebastián de Covarrubias es autor de un Tratado de cifras y una traducción de las Sátiras de Horacio que no se han conservado y que solo conocemos a través de noticias indirectas, así como de unos Emblemas morales y, sobre todo, del Tesoro de la lengua castellana o española.
Los Emblemas morales, escritos a imitación de los del italiano Andrea Alciato (1492-1550), están compuestos por «una figura alegórica, subscrita por una frase latina tomada generalmente de un clásico. A continuación poetiza la alegoría con una octava real que comenta inmediatamente en prosa, extrayendo todos los sentidos e interpretaciones morales que se le ocurren», en palabras de Martín de Riquer.
El Tesoro de la lengua castellana, tenido como el primer diccionario monolingüe del español, debió redactarse entre 1606 y 1610 –en los últimos años de vida de su autor–, y fue publicado en 1611 en la imprenta madrileña del ilustre impresor Luis Sánchez, de la que salieron mil ejemplares.
En las palabras dirigidas al lector, Covarrubias expone el objetivo principal del Tesoro, la elaboración de un diccionario etimológico, y para buscar el origen de todas las palabras de su diccionarios tuvo que lidiar «con diferentes fieras, que para mí y para los que saben poco, tales se pueden llamar las lenguas estrangeras: latina, griega, hebrea, arábiga y con las demás vulgares, la francesa y la toscana, sin la que llaman castellana antigua, compuesta de una mezcla de las que introduxeron las naciones que al principio vinieron a poblar a España». Con este mismo propósito ya se habían compuesto las obras de Alejo de Venegas, del Brocense, de Diego de Guadix, de Bartolomé Valverde, de Francisco del Rosal o de Bernardo de Aldrete.
El Tesoro, según el recuento que llevó a cabo Manuel Seco, define 16 929 términos. Covarrubias, para su recopilación y redacción, trabajó de manera continuada, es decir, letra a letra, lo que tuvo una consecuencia evidente en los resultados: las primeras letras concentran un mayor número de entradas que las últimas, pues parece que Covarrubias aceleró la terminación de su obra para verla publicada antes de morir.
El contenido del Tesoro es amplio y variado. Sus principales características pueden resumirse en:
- defensa del hebreo como lengua madre universal;
- cita de más de 500 fuentes de diversa procedencia: grecolatina, italiana, francesa, portuguesa y española;
- no unificación de la ortografía y aparición de numerosas variantes gráficas incluso en el apellido del propio autor, unas veces Couarruuias y otras Cobarruuias;
- descuidos y errores en el orden alfabético, de manera que las palabras están ordenadas muchas veces solo a partir de la primera letra, desatendiendo las siguientes letras de la palabra;
- mezcla de información lingüística (definiciones, equivalentes latinos, etimologías, fraseología, derivados...) y enciclopédica (descripción de referentes, inclusión de citas, juicios morales, anécdotas, bibiografía...) dentro del artículo lexicográfico;
- recopilación de mucho léxico de especialidad, léxico regional y voces antiguas castellanas;
- frecuentes alteraciones a lo largo del texto de algunas etimologías propuestas;
- inserción de disquisiciones, opiniones y narraciones personales.
Nada más publicarse el Tesoro, si no lo había hecho durante la corrección de las pruebas, Covarrubias debió comenzar la redacción de un Suplemento al Thesoro de la lengua castellana que no terminó (solo llega hasta la letra m) ni vio publicado.
El Tesoro de Covarrubias no tuvo demasiado éxito. Francisco de Quevedo (1580-1645) lo criticó duramente y los elogios que recibió de otros autores no fueron nunca motivados por el contenido etimológico de la obra, verdadero fin de su autor al componerla. Además, hubo que esperar hasta 1674 para que se hiciera una segunda edición, que incluyó las adiciones de Benito Remigio Noydens (1630-1685), que no son de un gran valor. El Tesoro no es apreciado hasta el siglo XVIII, fecha en la que aparece el primer diccionario de la Real Academia Española, el Diccionario de Autoridades (1726-1739), donde el Tesoro ocupa un lugar destacado, siendo citado de forma continuada como autoridad lexicográfica y etimológica. De la misma manera, lexicógrafos extranjeros como César Oudin, Lorenzo Franciosini y otros muchos lo utilizaron para la composición de sus repertorios.