El abogado chileno, y lingüista aficionado, Aníbal Echeverría y Reyes nació en Santiago en 1864, hijo de un conocido militar. Cursó sus primeros estudios en el colegio de los Padres Franceses capitalinos, para después estudiar Derecho en la Universidad de Chile, licenciándose en 1886. En 1883 había ingresado como oficial de número del Ministerio del Interior, donde fue ascendiendo en cargos. Fue juez en Talcahuano (1890) y San Bernardo (1891). Tras la Revolución de 1891 se fue a Valparaíso, donde defendía a los militares que habían sido dados de baja y procesados por los parlamentaristas. Con el regreso del Partido Liberal Democrático, Echeverría ocupó varios cargos hasta que se trasladó a Antofagasta con el fin de ejercer libremente su profesión. Allí fue subadministrador del lazareto (1905) y miembro honorario de la Junta de Beneficencia, en 1925. Fue cónsul de Centroamérica en Valparaíso (1893) y de Guatemala en Antofagasta (1905). En 1910 asiste al XVII Congreso de Americanistas en Buenos Aires como secretario de la comisión chilena, lo mismo que al XIX que tuvo lugar en La Paz en 1914. En 1916 fue nombrado miembro de la Academia Chilena de la Lengua, además de pertenecer a diversas asociaciones internacionales. En 1926 accedió al cargo de presidente del Colegio de Abogados de Antofagasta Fue un notable coleccionista de piezas prehispánicas que donó al Museo Histórico Nacional, y más tarde pasaron al Museo Nacional de Historia Natural.
Murió en noviembre de 1938.
Echeverría es autor de diversos libros y publicaciones de Derecho y de Historia y Geografía. A nosotros nos interesa por haber dado a la luz varias obras de interés lingüístico. La primera de ellas es una bibliografía comentada sobre el araucano, La lengua araucana. Notas bibliográficas, a la que siguió un año después Noticias de la lengua atacameña. En 1895 daba a la luz el Prontuario de la Ortografía castellana usada con particularidad en Chile en el que se muestra partidario de los neógrafos, basándose en la pronunciación, aunque sin llevar sus postulados a los máximos extremos, por lo que no se muestra beligerante y lo suyo son propuestas que quedan a la espera de una posible aplicación. Dos años más tarde volvió sobre la misma cuestión en Nociones de ortografía castellana, año en el que aparecía Sobre lenguaje. Disquisición bibliográfica. A partir de este momento sus publicaciones sobre la lengua se orientan a la descripción léxica, unas veces dando cuenta del léxico de un autor (como el Vocabulario de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, compuesta por Miguel Cervantes y Saavedra, aparecido cuando ya comenzaba a declinar su vida), otras condenando los usos abusivos (como el rarísimo librito ¿Solecismo chileno? en el que defiende el uso de la expresión se vende licores), o presentando una jerga (Jerga usada por los delincuentes nortinos), y, en especial, dando cuenta del léxico especializado (Voces usadas en la industria salitrera) y de las lenguas indígenas (como el temprano Glosario de la lengua atacameña, redactado en colaboración con el sacerdote de origen francés Emilio F. Vaïsse –1860-1935– y Félix Segundo Hoyos). Sobre todas esas obras sobresalen las Voces usadas en Chile, donde sigue los principios ortográficos de los que era partidario, transcribiendo las palabras tal y como suenan y no de acuerdo con la ortografía normativa. El repertorio es de un gran rigor, entre otras razones por el minucioso examen a que se sometió por parte de un comité de la Universidad de Chile, que indicó al autor dónde podía ser mejorado, tarea a la que Echeverría se dedicó durante tres años, antes de pasar nuevamente sus materiales por el filtro de Rodolfo Lenz (1863-1938), entre otros. La finalidad con la que fue redactada la obra era la de dar cuenta de las incorrecciones del español hablado en Chile, tanto en el nivel fonético, morfológico y gramatical, lo que constituye la primera parte, como en el estrictamente léxico, la segunda. Lo que buscaba el autor era describir el español usado en Chile y condenar aquello que no consideraba corrector, por lo que incorporó tanto voces vulgares como malsonantes y tabuizadas, lo que le valió las críticas de Manuel Antonio Román (1858-1920) en el prólogo del Diccionario de chilenismos y de otras voces y locuciones viciosas (t. I, Imprenta de La Revista Católica, Santiago de Chile, 1901) y de Fidelis P. del Solar (1836-1910) en su Voces usadas en Chile. Juicio crítico de la obra que con este título acaba de dar a luz Don Aníbal Echeverría i Reyes (Imprenta Moderna, Santiago de Chile, 1900), quien, además, arremetía por la brevedad de sus definiciones. Junto a los chilenismos, voces y expresiones exclusivas de Chile, incorpora americanismos, esto es, voces y expresiones empleadas en Chile y en todo el continente, neologismos necesarios y que no están en el diccionario académico, arcaísmos peninsulares que se utilizan en Chile y extranjerismos y barbarismos inútiles que deben desaparecer del uso común. En total, la nomenclatura está constituida por 4021 entradas.