Carlos de Gimbernat y Grassot nació en Barcelona en 1768, hijo del célebre cirujano Antonio de Gimbernat y Arbós (1734-1816), fundador en 1787 de la Escuela de Cirugía de San Carlos en Madrid. Trasladado a Madrid con su familia, estudió Medicina en la Escuela fundada por su padre. Para entonces ya había cursado latín e inglés en Salamanca. En 1791, a los 23 años de edad, fue pensionado por Carlos IV (1748-1819) para perfeccionar sus conocimientos de Historia Natural en Inglaterra, en Oxford y Edimburgo, donde su padre había dejado fama. Al declararse la guerra con España en 1796 hubo de abandonar el país y regresar precipitadamente. Entre 1798 y 1801 se trasladó a París para aumentar sus conocimientos en Geología, siendo nombrado en ese periodo, en 1798, vicedirector del Real Gabinete, esto es, el Museo de Historia Natural de Madrid. En 1801 hubo de irse, por real orden, de París a Alemania para proseguir con el aprendizaje de las Ciencias Naturales y hacer un estudio geológico de todos los Alpes, además de estudiar las aguas termales de Aquisgrán. En 1803 ya se encuentra en Suiza para comenzar su primera campaña alpina. La Guerra de la Independencia hizo que no le llegaran los subsidios necesarios, aunque pudo continuar con sus tareas gracias a la ayuda de Maximiliano I de Baviera (1756-1825), quien lo nombró consejero suyo. Fijó entonces su residencia en Múnich. Después, como consejero de embajada del rey de Baviera en Nápoles, marchó en 1817 a Italia para llevar adelante investigaciones sobre vulcanología, en especial aquellos fenómenos susceptibles de aplicaciones terapéuticas, como las aguas termales, especialmente en el Vesubio. Llega a Nápoles en 1818 y tiene la ocasión de observar la gran erupción vesubiana que duró dos años y medio. En 1824 fue nombrado socio honorario por la Sociedad Helvética de Ciencias Naturales, además de haber sido admitido en diversas sociedades científicas europeas. Murió, de regreso a España después de más de 35 años en el extranjero, en Bagnères de Bigorre (Francia) en 1834, en casa de un amigo suyo, propietario del establecimiento de aguas termales de la localidad, tras dos años de padecimientos.
Publicó trabajos de diversas disciplinas, como la sanidad y el termalismo o la cristalización de las rocas volcánicas, algunas de cuyas obras fueron traducidas a otras lenguas, si bien es conocido, sobre todo, por sus observaciones geológicas y la cartografía geológica.
A nosotros nos interesa por haber compuesto un diccionario hispano-alemán dividido en dos partes, cada una de ellas publicado en un tomo separado. Fue escrito con una evidente finalidad práctica, como se anuncia desde la portada, para que pudiesen entenderse los soldados españoles enviados a Alemania en apoyo de Napoleón, a Hamburgo, con la intención de proteger las costas del Báltico frente a los ingleses, la conocida como expedición española a Dinamarca (1807-1808), en la desembocadura del Elba. Para ellos escribió también el Manual del soldado español (F. Hübschmann, Múnich, 1807), en el que se hace una descripción de Alemania en todos sus aspectos, culturales, geográficos, políticos, sociales, etc., además de proporcionar informaciones prácticas habituales para los viajeros. Por la finalidad con la que fue compuesto el diccionario, y por la premura con que fue redactado, su estructura es muy simple: en el tomo español-alemán presenta el léxico en tres columnas, en la primera las entradas españolas, en la segunda los equivalentes alemanes, y en la tercera la pronunciación de las voces alemanas en una transliteración propia. En la parte alemán-español, publicada con posterioridad aunque en el mismo año que la otra, son dos columnas dobles, en cada una de ellas con la entrada en alemán y el equivalente español. Esta disposición hace que el volumen de esta parte sea menor. No hay más informaciones, ni sobre la categoría gramatical, ni sobre los sentidos o los usos, como pueden verse en otros repertorios. No es muy alto el número de entradas de cada una de las partes, pues se limita a recoger por orden alfabético el que Gimbernat llama léxico familiar. Para que su lectura fuese fácil a los españoles, no emplea la letra gótica, como era habitual para el alemán, sino la redonda.