José Justo Gómez de la Cortina, hijo de Vicente Gómez de la Cortina y María Ana Gómez de la Cortina Rodríguez de Pedrozo, segunda condesa de la Cortina, nació en México, el 9 de agosto de 1799. A los 15 años abandonó su ciudad natal para trasladarse, primero, a Madrid, y después a Alcalá de Henares con el fin de formarse en distintas disciplinas científicas. Consiguió la cátedra de Geografía militar, y antes de regresar a su país natal en 1832 desempeñó una amplia labor diplomática en las más importantes capitales europeas. Fernando VII (1784-1833) lo nombró introductor de embajadores. Ya en México, desarrolló diversas actividades relacionadas con sus preocupaciones literarias, políticas y científicas. Participó en publicaciones periódicas con un fin divulgativo, como Registro trimestre, la primera en tratar asuntos científicos y literarios desde este enfoque, y su célebre periódico, El Zurriago Literario, destinado a la crítica y estudios filológicos. Se consagró a la política de una nación recientemente independizada, ejerciendo como gobernador del Distrito Federal (en 1835), ministro de Hacienda (1838), y nuevamente gobernador de México (1846). En 1840 fue nombrado académico honorario de la Real Academia Española. Asimismo, presidió el Instituto de Geografía y Estadística, el Conservatorio de Artes y la Academia de la Lengua. Fue considerado un político pacificador y un apasionado de las artes, en virtud de las cuales su economía quedó maltrecha, a diferencia de su consideración social, como demuestran los honores y condecoraciones que recibió a lo largo de su vida: la Cruz de Caballero de Montesa, la Gran Cruz de la Orden de Carlos III y una de las cruces de la Orden de Guadalupe, entre otros. Ante los problemas económicos, se vio obligado a deshacerse de muchas de sus posesiones y a trasladarse con su familia a un entresuelo mexicano, donde falleció el 6 de enero de 1860.
Por lo que nos interesa en la BVFE, Gómez de la Cortina escribió un Diccionario de barbarismos y solecismos introducidos en la lengua castellana, donde expresó su preocupación ante las variaciones léxicas, que pretendía corregir con él. Despuntó, en 1845, gracias a su Diccionario de sinónimos, para el que logró la aprobación de la Real Academia Española, y tres años más tarde, dio a conocer una obra cuya temática era más específica y se situaba en la línea de su gusto por el arte: el Diccionario manual de voces técnicas castellanas de Bellas Artes.