Enrique Lynch Arribálzaga fue un naturalista, zoólogo y filólogo aficionado argentino, activo durante los decenios finales del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX. Nuestro autor nació en 1856, en Buenos Aires, dentro de una acomodada familia criolla de ascendencia española e irlandesa. El nacimiento de Enrique se produjo pocos años después de que el matrimonio Lynch Arribálzaga regresara a Argentina tras largos años de exilio en Chile, forzado por la oposición del padre, Félix Lynch Zabaleta (1821-1872), al gobierno despótico y caudillista de Juan Manuel de Rosas (1793-1877). La infancia del futuro naturalista transcurrió en una pequeña estancia –resto del antiguo patrimonio familiar confiscado por Rosas– cercana a la ciudad de Baradero (provincia de Buenos Aires), en las orillas del río Paraná, y a medio camino entre la capital argentina y la ciudad de Rosario. Con 15 años, en 1871, Enrique se trasladó a Buenos Aires, donde comenzó los estudios secundarios; sin embargo, la muerte de su padre (1872) forzó el retorno del hijo al rancho familiar y le impidió seguir estudios universitarios reglados. Consagrado a la administración del patrimonio familiar y a la explotación ganadera, Enrique continuó cultivando, de forma autodidacta –reforzada por la lectura de abundante bibliografía–, sus grandes pasiones desde la infancia: el estudio de la flora y la fauna, en general; y de la entomología y la ornitología, en particular, disciplinas en las que llegó a ser un verdadero experto. Desde el solar de sus mayores, fundó varias revistas sobre ciencias naturales y colaboró con la administración en el control de diversas plagas que amenazaban a diferentes cultivos, lo que en un país donde el sector primario era (y es) capital para la economía, le valió el inmediato reconocimiento del gobierno y de la universidad (no en vano, le fueron ofrecidas las cátedras de Zoología en las universidades de Córdoba y Buenos Aires), reconocimientos que Lynch siempre rechazó por no abandonar sus ocupaciones rurales. En 1896 se opuso abiertamente al fraude electoral cometido por el partido conservador, encabezado por Julio Roca (1843-1914), una de las figuras clave de la política argentina de la segunda mitad del siglo XIX, y se significó del lado de Bernardo de Irigoyen (1822-1906), gobernador de la provincia de Buenos Aires, de ideología radical; la victoria de los conservadores supuso la depuración de Lynch y la pérdida del prestigio acumulado. Debido a estos hechos, el naturalista, muy desengañado, abandonó la vida pública, y ni siquiera quiso colaborar con las nuevas autoridades una vez que, en 1916, sus correligionarios alcanzaron el poder. Desde el decenio 1870 fueron frecuentes sus viajes a las provincias de Chaco y Formosa (en el noreste del país y fronterizas con Paraguay), donde realizó varios estudios, en especial, sobre las aves de la región; tras su depuración, se retiró a la ciudad de Resistencia, capital de la provincia del Chaco. En el año 1924, asentado en esa ciudad, fue testigo de la denominada masacre de Napalpí, en la que la policía –dependiente del nuevo gabinete del radical Marcelo Torcuato de Alvear (1868-1942)– y grupos de estancieros asesinaron a más de 200 indígenas; este acontecimiento agrandó el desengaño que Lynch sentía sobre los gobernantes y las instituciones de su país. Enrique Lynch Arribálzaga falleció en 1935, con 79 años de edad, en Resistencia, la ciudad que había sido su hogar durante 36 años.
El trabajo filológico de este autor es residual y subsidiario de su faceta como naturalista. A raíz de la aparición del Vocabulario rioplatense razonado (Imp. de C. Becchi y Cía., Montevideo, 1889), del hispano-uruguayo Daniel Granada (1847-1929), Lynch publicó en el periódico El Nacional de Buenos Aires, con fecha del 28 de febrero de 1899, un híbrido entre una reseña y un artículo crítico sobre esa obra; ese mismo texto sería llevado posteriormente a las prensas de forma independiente. En este opúsculo, escrito en un periodo donde se polemizaba sobre la existencia o no de una lengua propia de Argentina, el naturalista defiende el entronque de las hablas porteñas con el español, diserta sobre la aclimatación del castellano en América y señala la carencia de una serie de voces en el repertorio de Granada.
Jaime Peña Arce