Emilio Wenceslao Retana y Gamboa fue un bibliógrafo, historiador, lexicógrafo, académico y político español, además del representante más importante del filipinismo moderno. Nació nuestro autor el año de 1862 en el seno de una familia de antiguos hidalgos y labriegos adinerados en la –entonces– pequeña localidad madrileña de Boadilla del Monte. Su familia eligió para él la carrera militar, por lo que en 1882 ingresó en la Academia de Ingenieros de Guadalajara. Tan solo dos años después, abandonó los estudios y decidió marcharse a Filipinas a desempeñar un cargo de modesto funcionario de Hacienda en el gobierno colonial de la provincia de Batangas (sur de la isla de Luzón). Al poco tiempo de arribar al Archipiélago, contrajo matrimonio con una dama proveniente de la más alta sociedad manilense, hecho que le permitió acceder a los círculos más elevados de la intelectualidad criolla filipina (que le quedaban, por aquel entonces, bastante grandes), en un momento en el que la reclamación de derechos políticos a la metrópoli comenzaba a tornarse en un acendrado sentimiento de desengaño, que preconizaba la próxima lucha por la independencia. Durante su estancia en Filipinas, Retana compaginó su labor funcionarial con fecundas y duras colaboraciones periodísticas en las que –con poca información y formación, y bastante arrogancia– defendía a ultranza la presencia española en el Archipiélago y se posicionaba sobre cuestiones candentes de la realidad filipina de entonces; uno de sus artículos llegó a forzar un duelo –nunca realizado– con el propio José Rizal (1861-1896). En 1890, y tras serle diagnosticada una dolencia cardiaca, decidió regresar a España. Cabe destacar, como anécdota, que uno de sus ocho hijos, Álvaro Retana Ramírez de Arellano (1890-1970), uno de los primeros escritores abiertamente homosexuales de las letras españolas, nació frente a las costas de Sri Lanka durante la travesía que traía a la familia de regreso a la Península. Una vez de vuelta en Madrid, Retana quedó adscrito al Ministerio de Ultramar y, aunque nunca regresó a Filipinas, continuó interesándose intensamente por la historia y el devenir de las Islas. Su posición respecto a la realidad filipina fue cambiando: si durante su estancia se había caracterizado por la defensa de las ideas más conservadoras –por ejemplo, respecto a la permanencia de las órdenes religiosas, la censura de libros o el rechazo a la masonería–, tras su regreso a España y sucesos como el ajusticiamiento de Rizal en 1896 (causado por la connivencia de las órdenes religiosas con la administración colonial, que forzaba a las primeras a no respetar siquiera el secreto de confesión), la independencia filipina (1898) o el convencimiento propio, producto de un proceso interior de maduración personal, del carácter desastroso de la administración colonial y los perjuicios que esta había causado a los pueblos filipinos, decidió dedicar el resto de su vida a hacer pedagogía sobre las enormes negligencias que los gobiernos de la Restauración (1874-1931) habían cometido en cuestiones de política colonial y a dignificar a todas aquellas personas, incluido el propio Rizal –de quien publicó una monumental biografía, Vida y escritos del Dr. José Rizal (Librería Victoriano Suárez, Madrid, 1907), con prólogo de Unamuno (1864-1936)– que, en el fondo, solo habían luchado por la dignidad de sus conciudadanos y la defensa de los derechos humanos. Durante esta última época es latente su profundo arrepentimiento personal e intelectual. En 1898, desguazado el Ministerio de Ultramar por la pérdida de las últimas colonias, pasó a ocupar otros cargos públicos: ya en 1896 había sido nombrado diputado a Cortes por el distrito de Guanabacoa (Cuba), posteriormente fue gobernador civil de Teruel, Albacete, Huelva y Huesca y jefe de la policía en Barcelona. En 1905 comenzó a trabajar para la Compañía de Tabacos de Filipinas, empresa que actuó como mecenas de las obras de Retana sobre el Archipiélago. Durante sus últimos años de vida, trabó relación con diversas corporaciones culturales europeas y fue nombrado miembro de número de la Real Academia de la Historia, aunque murió (1924) antes de tomar posesión del cargo por una complicación de la dolencia cardiaca que lo venía acompañando desde muchos decenios atrás.
El legado de Retana sobre la cultura, las letras, la historia y las ideologías en Filipinas es inconmensurable; su producción intelectual y erudita sobre estos temas durante los últimos años de su vida, amparado por la barcelonesa Compañía de Tabacos de Filipinas, fue prodigiosa; hasta el punto de que ningún estudio sobre el proceso que forzó la independencia del Archipiélago puede obviar su obra. Su labor filológica se centró en el estudio bibliográfico de la lingüística misionera y en la colaboración con la Real Academia Española en la inclusión de filipinismos en sus obras lexicográficas.
Jaime Peña Arce