Originario de Quillota, ciudad cercana a Valparaíso, Zorobabel Rodríguez Benavides fue una figura multifacética: abogado, político, periodista, economista, profesor, literato, traductor y filólogo, figura prominente del Partido Conservador chileno y promotor de una síntesis ideológica sui generis entre el catolicismo más conservador y el liberalismo económico más radicalmente individualista y antiestatista. En su activa participación en la vida política del país, como parlamentario, fue un férreo opositor a la intervención del Estado en la educación (como se puede ver con claridad en la dedicatoria del Diccionario de chilenismos) y en otros ámbitos de la vida cultural y política. Asimismo, su resonante tribuna como redactor de varios periódicos conservadores (principalmente El Independiente) le permitió hacer ampliamente conocidas sus ideas sobre estos asuntos. Su labor periodística le valió ser conocido como un gran polemista. Además de sus obras lingüísticas y sus innumerables artículos y columnas en la prensa, sobresalen entre su producción bibliográfica la novela La cueva del Loco Eustaquio (1863) y su Tratado de economía política (1894).
El interés de Rodríguez por los estudios del lenguaje no se inició con su Diccionario de chilenismos (1875), que es su obra lingüística más conocida. Al contrario, este diccionario, quizá el más importante e influyente de la tradición lexicográfica chilena, comentado tanto por sus contemporáneos como por autores posteriores, es punto culminante de una veta intelectual que Rodríguez cultivaba desde su formación escolar. Mientras todavía cursaba estudios secundarios, formó parte de la sociedad literaria del Colegio de San Luis. En etapas tempranas de su actividad profesional, se desempeñó como profesor de gramática castellana en ese mismo colegio; según Abdón Cifuentes, a partir de esa experiencia pedagógica “quedó siempre aficionado a profundizar sus conocimientos en el idioma castellano”. No solo en su juventud fue profesor de esta materia: según reporta su hijo, Zorobabel Rodríguez Rozas, desde 1880 su padre hizo clases de Literatura y de Gramática en el colegio Rosa de Santiago Concha. El Diccionario de chilenismos, en consecuencia, es una obra marcada por un propósito netamente pedagógico, y es probable que su autor la haya concebido como un instrumento para la enseñanza en colegios particulares católicos.
Téngase en cuenta también que, en un artículo de 1884 («La Gramática de Bello, considerada como texto de enseñanza»), Rodríguez expresa su opinión sobre la necesidad perentoria de elaborar textos de gramática (y probablemente también de retórica, lexicografía y ortografía) apropiados para la labor docente y la enseñanza escolar (y mejor aun si surgían de la iniciativa privada); es decir, instrumentos útiles para «la juventud estudiosa» a la que dirige su Diccionario. Este pretendía ofrecer orientaciones para usar correctamente el léxico, evitando los provincialismos innecesarios, señalando los dialectalismos y vulgarismos reemplazables y a la vez mostrando los equivalentes castizos y autorizados por la RAE y/o los escritores ejemplares. Su publicación le valió ser reconocido como miembro correspondiente de la Real Academia Española en 1883, gracias a lo cual formó parte del grupo de intelectuales que en 1885 fundó la Academia Chilena correspondiente de la Española, de la cual fue el primer secretario. Al parecer Rodríguez preparaba una segunda edición de su Diccionario, pero los materiales se perdieron en un incendio a fines de 1898, solo tres años antes de su muerte.
Además del Diccionario de 1875, cuya parte inicial se publicó por entregas en el periódico La Estrella de Chile entre 1874 y 1875, y el ya referido artículo de 1884 en que cuestiona la utilidad pedagógica de la Gramática de Bello, Rodríguez publicó también en La Estrella de Chile (otro de los órganos de difusión de las ideas conservadoras católicas) una serie de textos muy breves sobre «Curiosidades etimológicas» (1874-1875), en los que, sirviéndose de fuentes eruditas, explica la etimología de algunos vocablos castellanos, también siguiendo un modo discursivo lexicográfico. Igualmente es de interés, desde el punto de vista lingüístico, «Sobre la lectura de los clásicos» (1877), breve ensayo en que sostiene que dicha actividad intelectual tiene un efecto positivo en el enriquecimiento y corrección del uso lingüístico. Puede pensarse, con mucha seguridad, que todos estos textos responden al mismo interés pedagógico que subyace al Diccionario de chilenismos.
Aunque no puede desconocerse la posible utilidad de la obra mayor de Rodríguez para los estudios lexicológicos y dialectológicos de impronta histórica (sin olvidar que los diccionarios son nada más que ventanas opacas, para este propósito), su mayor importancia es la de ser un testimonio ejemplar de la posición hegemónica que ya para el último cuarto del siglo XIX habían alcanzado en Chile las ideas de Andrés Bello y su “purismo moderado”. En lo que respecta al ideal de lengua y los criterios de legitimidad lingüística, Rodríguez fue uno de los más representativos epígonos de Bello, a pesar de que no formó nunca parte del círculo del venezolano radicado en Chile ni se formó con ninguno de los discípulos de este. A la vez, el Diccionario de Rodríguez tiene la importancia de haber sido una de las últimas obras significativas publicadas antes de la instalación de la lingüística moderna en Chile con la llegada de Rodolfo Lenz en 1890. A pesar de su carácter premoderno, sigue siendo una obra conocida, consultada y citada en los estudios sobre el español de Chile y América.
Los planteamientos y el contenido del Diccionario de chilenismos fueron criticados por Fidelis P. del Solar (1836-1910) en Reparos al Diccionario de chilenismos del Señor Don Zorobabel Rodríguez (Imprenta de Federico Schrebler, Santiago, 1876), inmediatamente contraatacado por Fernando Paulsen (1842-¿?), que había colaborado con Zorobabel Rodríguez en el Diccionario, en Reparos de reparos, o sea Lijero examen de los Reparos al diccionario de chilenismos de don Zorobabel Rodríguez, por Fidelis Pastor del Solar (Imprenta de "La Estrella de Chile", Santiago de Chile, 1876).
Darío Rojas