Melchor Gaspar de Jovellanos y Ramírez fue un escritor, jurista y político español, activo durante los decenios finales del siglo XVIII y la primera década del siglo XIX; además fue una de las figuras más destacadas del movimiento ilustrado en España. Jovellanos nació en Gijón (Asturias), en 1744, en el seno de una familia modesta, aunque de estirpe aristocrática. Debido a la carencia de medios económicos de sus progenitores, fueron sus parientes más cercanos quienes velaron siempre porque nuestro protagonista recibiera una esmerada educación: así las cosas, el niño Gaspar Melchor fue destinado a la carrera eclesiástica. Aprendidas las primeras letras, se formó en Latinidad y Gramática para, con 13 años (1757), trasladarse a Oviedo a estudiar Filosofía con los padres franciscanos –Jovellanos siempre presumió, no sin cierta sorna, de su formación escolástica–. Cumplidos los 16 años (1760) y asentado en Ávila, completó su formación y, tras un examen en la Universidad de Osma (Soria), se convirtió en bachiller en Leyes y Cánones (1761); en 1763 obtuvo la licenciatura. Desde 1764, después de la obtención de una beca canónica, Jovellanos se instaló en el Colegio de San Ildefonso, en Alcalá de Henares, donde permaneció durante tres años, y donde trabó gran amistad con el escritor José Cadalso (1741-1782) y con su paisano Campomanes (1723-1802). En 1767 desistió de conseguir una cátedra en la universidad alcalaína y se decidió a hacer carrera en la Iglesia. Con esa intención puso rumbo a Galicia previo paso por Madrid, pero –deslumbrado por el funcionamiento burocrático de la Corte– el asturiano abandonó el hábito y abrazó la toga, pues decidió entrar en la administración de justicia: como consecuencia, y durante 11 años (1767-1778), trabajaría en la Audiencia de Sevilla; en la capital andaluza participó activamente en las tertulias del ilustrado limeño Pablo de Olavide (1725-1803). En 1778, Jovellanos consiguió el traslado a Madrid, en cuyos círculos políticos e intelectuales –fue nombrado miembro de la Real Academia de la Historia en 1779; de la de San Fernando, en 1780; y de la Española, en 1781, aunque no ingresó hasta 1783– se asentó con rapidez, construyó una trayectoria propia y se convirtió en un personaje de gran relevancia, conocido ya en toda la nación, y muy apreciado por el monarca, Carlos III (1716-1788). A comienzos del último decenio del siglo XVIII, muerto el gran rey, Jovellanos cayó en desgracia y tuvo que retirarse –tras pasar por Salamanca, donde intentó reformar las enseñanzas del prestigioso Colegio de Calatrava– a su ciudad natal, Gijón, desde donde recorrió la Cornisa Cantábrica para supervisar el estado de la minería del carbón, al tiempo que redactaba pequeñas notas eruditas, destinadas a la Real Academia de la Historia, y procuraba, con ahínco, la reforma y la modernización del sistema educativo en el Principado. En 1797, el nuevo valido real, Manuel Godoy (1767-1851), tras su alianza con la Francia revolucionaria y para congraciarse con ella, le ofreció a Jovellanos –debido a su enorme prestigio como ilustrado– el ministerio de Gracia y Justicia; una vez en el cargo, el gijonés, que intentó limitar el poder de la Inquisición, aguantó menos de un año por sus discrepancias con la política del gobierno y regresó a Asturias, donde se consagró a tareas eruditas e investigadoras. En 1801, Godoy, resentido, ordenó la detención de Jovellanos; entre esa fecha y 1808 nuestro autor permaneció encarcelado en distintos lugares de la isla de Mallorca (desde la cartuja de Valdemosa al castillo de Bellver). Liberado en 1808, se negó a apoyar el control napoleónico sobre España, y se trasladó a Cádiz en representación de la Junta de Defensa de Asturias. Desengañado por la labor realizada por otros exiliados, Jovellanos abandonó esa ciudad, rumbo a Gijón; sin embargo, una gran tempestad hizo que naufragara el barco en el que viajaba ante la ría de Muros (La Coruña), pero consiguió sobrevivir y se instaló en la capital coruñesa. Ya enfermo, y en medio de las vicisitudes de la Guerra de la Independencia (1808-1814), intentó volver a Gijón; no obstante, la muerte lo sorprendió a medio camino, en Puerto de Vega (Navia, Asturias), el 27 de noviembre de 1811, con 67 años de edad.
Jovellanos fue un prolífico escritor que cultivó multitud de disciplinas (Derecho, Economía, Política, Ingeniería, Mineralogía, Pedagogía…), y que dejó como legado una abundante serie de obras e informes, donde quedó constatada su ímproba labor reformadora. Aunque muy minoritaria respecto al total de su producción, el asturiano también se adentró en el estudio filológico y lingüístico, esta experiencia dio como resultado una serie de publicaciones. En primer lugar, destaca su Curso de Humanidades castellanas, publicada en Madrid entre 1794 y 1795, volumen que compendia diferentes trabajos, cada uno de ellos con su propio título: «Rudimentos de gramática general», «Rudimentos de gramática castellana», «Lecciones de retórica y poética», «Tratado del análisis del discurso, considerado lógica y gradualmente», «Rudimentos de gramática francesa» y «Rudimentos de gramática inglesa». Esta obra fue redactada en un contexto muy determinado: tras la expulsión de los jesuitas (1767), se inició una serie de reformas destinadas a modernizar la Universidad española; subido a esta ola de cambios, Jovellanos –durante su exilio de 10 años en Asturias– fundó el Real Instituto de Náutica y Mineralogía (hoy, Real Instituto Jovellanos de Gijón), una de las primeras instituciones de enseñanza media en España, y creó una serie de materiales didácticos para su utilización en ese centro (pues siempre defendió que una persona cultivada, aunque –como en este caso– centrada en el ámbito técnico, debía tener una formación integral). Uno de esos manuales fue este Curso de Humanidades castellanas, donde su autor evidenció, de forma sintética, sus conocimientos y reflexiones, producto de largos años de lecturas de numerosos escritos filológicos y filosóficos, tanto ingleses como franceses. Tras su nueva vuelta a Gijón, después de una breve y truncada gestión ministerial (1798), y hasta su detención y traslado a Mallorca (1801), Jovellanos se centró en el estudio de diferentes cuestiones alusivas a su patria chica, Asturias, y muy especialmente a su cultura y a su lengua: en esta línea, elaboró más de 200 fichas lexicográficas sobre el léxico asturiano –recogidas, en parte, en la «Instrucción para la formación de un diccionario del bable»–, defendió la creación de una academia que velara por la conservación del asturleonés y estudió los orígenes del vernáculo –aproximaciones incluidas en su «Apuntamiento sobre el dialecto de Asturias»–. No obstante, a posteriori, la investigación no ha considerado demasiado interesantes sus observaciones sobre la variedad asturiana y sus vocablos. Estas tres obras de contenido filológico, de las cuales solo la primera fue publicada de forma independiente, han visto la luz en numerosas ocasiones en fechas posteriores, siempre incluidas en sucesivas ediciones, y en diferentes tomos, de las obras completas de Melchor Gaspar de Jovellanos. Otros textos menores de contenido filológico –muchas veces, incluidos en cartas– han ido siendo publicados en sucesivos estudios sobre la correspondencia de este autor.
Jaime Peña Arce