Severo Catalina del Amo fue un semitista, académico y político español del siglo XIX. Vio la luz en Cuenca, en 1832, en el seno de una familia acomodada que pudo brindarle una esmerada educación. Los primeros años de nuestro protagonista transcurrieron en su ciudad natal, donde sorprendió a sus padres y a sus maestros por sus sobresalientes dotes para el estudio. Con solo 13 años, al acabar el bachillerato, ya dominaba el latín, el francés y el italiano; su prometedor futuro académico lo llevó a Madrid, en cuya Universidad Central se licenció, en 1855, en Derecho y Filosofía; dos años más tarde, en 1857, se doctoró en ambas disciplinas. Inmediatamente después de culminar brillantemente su formación, fue nombrado catedrático de Hebreo, puesto que mantuvo hasta 1868. Catalina del Amo fue, a lo largo de toda su vida, un ferviente monárquico y simpatizó abiertamente con el Partido Moderado; de hecho, fue diputado dentro de sus filas por Alcázar de San Juan y desempeñó diversos cargos gubernamentales, como los de ministro de Marina y de Fomento dentro de los gabinetes de Narváez (1799-1868) y González Bravo (1811-1871). Tras la revolución de 1868, acompañó a Isabel II (1830-1904, reina de España entre 1843 y 1868) al exilio, y vivió entre Pau, Roma –donde hizo las veces de embajador real– y Biarritz. En 1871, instalado en esa ciudad del País Vasco francés comenzó a sentirse mal, aunque este contratiempo no frenó su regreso a España; ansiaba reincorporarse a su puesto en la Universidad, cuyo claustro, pese a las diferencias ideológicas, lo esperaba con los brazos abiertos. Recién llegado a Madrid, se agravó su dolencia de forma irreversible; con solo 39 años de edad, Severo Catalina del Amo falleció en la capital española, legando todo su trabajo intelectual inédito a la Academia Española, en la que había ingresado, como miembro de número, en 1861.
Pese a su dedicación a la política, Catalina del Amo nunca abandonó los quehaceres intelectuales y eruditos. En 1861 fue publicada su obra Influencia de las lenguas semíticas sobre la castellana, que había sido su alocución de entrada en la Academia; este texto volvió a ser impreso, en 1865, dentro de una recopilación de los discursos de recepción en la Española, compilados por la propia institución. La obra del conquense se enmarca dentro del florecimiento que los estudios de Historia de la Lengua española vivieron a mediados del siglo XIX, gracias a la aclimatación de las teorías y los métodos del Comparativismo; en aquel momento, el texto de nuestro autor, que reivindicaba el ascendiente del árabe y del hebreo sobre nuestra lengua, supuso una importante novedad dentro de la hegemónica perspectiva latinista. En otro orden de cosas, durante el decenio de 1860, Catalina trabajó denodadamente, junto a Hartzenbusch (1806-1880) y Bretón de los Herreros (1796-1873), en la redacción de la Gramática académica de 1870.
Jaime Peña Arce