Víctor Ciriaco Cruz y Ruiz de León fue un sacerdote, helenista y gramático español del siglo XIX. No son muchas las evidencias conocidas sobre la vida de este autor, que nació en Valdepeñas (Ciudad Real) en 1812. No ha trascendido ningún dato sobre la calidad de su familia, así como sobre su infancia y formación, aunque cabe presuponerle estudios de Latinidad, Derecho canónico y Teología. Parece que, instalado en Madrid en torno a 1840, alcanzó notable fama como predicador y, al poco tiempo, se hizo con diversas cátedras (Griego, Latín, Castellano, Retórica y Poética) en el recién constituido Instituto de San Isidro, que sustituyó al secular Colegio Imperial jesuítico. Con la creación, en 1850, de la Escuela de Filosofía en el seno de la Universidad Central, el manchego comenzó a impartir allí su magisterio, al lado de compañeros de la talla de Pedro Felipe Monlau (1808-1871) o Fernando de Castro (1814-1874). Consagrado a la docencia y a la investigación pasó el resto de su vida, hasta que, en 1877 y después de enfermar súbitamente, expiró con 65 años. Cabe destacar, como curiosidad, que nuestro protagonista en el bisabuelo del afamado escritor Francisco Nieva (1924-2016), quien retrató en una de sus novelas la tormentosa vida personal de su ancestro.
El trabajo filológico de Cruz se centró en la descripción de la gramática griega, y cristalizó en un texto que vio la luz en 1858; un año después, muy corregido y con un nuevo título, se editó una ampliación. Esta obra, que fue declarada obligatoria dentro del sistema de segunda enseñanza de la España isabelina, alcanzó en pocos años las cuatro ediciones, e incluyó una innovadora propuesta de clasificación de los tiempos verbales de la lengua griega: por un lado, los principales (presente, futuro y perfecto) y, por otro, los secundarios (imperfecto, aoristo y pluscuamperfecto). Además, incorporó varios apéndices sobre prosodia, acentos y dialectos. Nuestro autor también compuso un compendio de gramática castellano, de mucho menor éxito que sus obras sobre la lengua helena.
Jaime Peña Arce