Justo García Soriano fue un escritor, bibliotecario, archivero y cervantista español, activo durante la primera mitad del siglo XX. Nuestro autor vio la luz en la localidad de Orihuela (Alicante), en 1884, en el seno de una acomodada familia burguesa. García Soriano aprendió las primeras letras en su ciudad natal, donde también realizó los estudios primarios y secundarios en el colegio que los padres jesuitas poseían en la capital de la Vega Baja alicantina; de forma paralela al progreso en su instrucción, fue naciendo en él un marcado interés por las letras y el periodismo, interés que lo acompañaría toda su vida. Tras aprobar el bachillerato en Alicante, se trasladó ese mismo año (1901) a Madrid, en cuya Universidad Central cursó los estudios de Filosofía y Letras, de los que se licenciaría en 1905 con premio extraordinario. Durante diez años (1905-1915), el oriolano se dedicó a la enseñanza privada e, incluso, llegó a fundar y a dirigir un colegio, que gozó de gran aceptación entre las clases más instruidas de la sociedad madrileña; al tiempo que continuó con su trabajo como periodista, colaborando en diversos periódicos de provincias. En 1915 ingresó por oposición en el Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios, siendo destinado, sucesivamente, a Albacete, Murcia y Toledo; en 1920 se incorporó a la Biblioteca Nacional, puesto que permutó con un compañero en 1924 y, como consecuencia, desde esa fecha, y hasta el estallido de la Guerra Civil española (1936-1939), trabajó en la biblioteca de la Real Academia de la Historia. Durante los decenios de 1920 y 1930 alcanzó el cénit de su producción intelectual, que abarcó distintas disciplinas humanísticas; simultáneamente, fue aumentado su grado de compromiso político con partidos republicanos y de izquierdas. Tras el golpe de estado del 18 de julio de 1936, nuestro autor se trasladó a Orihuela, que había quedado localizada en el corazón de la España republicana y que no caería en manos del ejército franquista hasta el final de la contienda; en su localidad natal, García Soriano fundó un museo popular y veló por la salvaguarda del patrimonio histórico-artístico de la comarca. En 1939, después de negarse a partir hacia el exilio, fue detenido y encarcelado durante siete años, pena cumplida en las prisiones de Madrid y Burgos, finalmente, fue puesto en libertad y desterrado a Toledo; además, debido a sus simpatías políticas, fue depurado y perdió su puesto de funcionario. En 1946, ya muy enfermo, fue indultado y aceptado como bibliotecario de la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Madrid, cargo que ostentó durante tres años, hasta 1949, año en el que falleció.
El trabajo de García Soriano en el campo de las Humanidades fue prolífico: investigaciones sobre la imprenta en Murcia y Orihuela, ediciones de obras cervantinas, tratados sobre la historia de la Vega Baja, un monumental estudio sobre el proceso inquisitorial contra el cardenal Bartolomé de Carranza, O. P. (1503-1576), indagaciones sobre el teatro en la España de los siglos XV y XVI y, sobre todo, una profundísima labor de aproximación a la vida y obra del humanista murciano Francisco Cascales (¿1559?-1642). En el plano lingüístico, sobresale su Vocabulario del dialecto murciano, texto que llegó a presentar ante el claustro de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid, centro en el que se había formado años antes, y que –además– fue premiado por la Real Academia Española. Esta obra, tras un detallado estudio preliminar del dialecto local (estructurado en torno a sus particularidades fonéticas, morfológicas y sintácticas), incluye un repertorio de más de 2500 entradas en el que, tras el lema, aparece la categorización de la voz, una propuesta etimológica, la definición propiamente dicha y, en algunos casos, ejemplos del empleo real del vocablo en diferentes contextos; además, se anexó un suplemento con 115 entradas más y un apéndice con documentos murcianos de los siglos XIII, XIV y XV. Unos años antes, en 1920, tras una conferencia dictada en la Universidad de Murcia, el de Orihuela ya había llevado a las prensas un estudio sobre el dialecto murciano (común también a su Vega Baja natal), de menor entidad que el contenido en su Vocabulario. En esta primera aproximación a la cuestión, García Soriano defendió el origen de las peculiaridades del dialecto de la zona aduciendo su extracción poligenética: según el autor, las principales influencias sobre el vernáculo fueron el castellano y el catalán (finalmente, el primero se impondría sobre el segundo); en un orden inferior, destaca la influencia del aragonés –visible, por ejemplo, en la prevalencia del sufijo diminutivo -ico–, del árabe dialectal hispánico (lengua patrimonial de la zona en el momento de su reconquista en el siglo XIII), y, ya posteriormente, de las variedades orientales del andaluz.
Jaime Peña Arce