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Trinidad Hermenegildo José Pardo de Tavera y Gorricho fue un médico, botánico, historiador, político, intelectual y humanista hispano-filipino, activo en Francia y en el mencionado Archipiélago desde finales del siglo XIX y durante el primer cuarto del siglo XX. Nació en Manila, en 1857, en el seno de una acomodada e ilustrada familia criolla de la capital isleña. Muerto prematuramente su padre, fue amparado por unos parientes cercanos que también disfrutaban de una posición económica saneada, y que siempre velaron porque el joven Trinidad recibiera una esmerada educación. Nuestro protagonista se formó en el Colegio de San Juan de Letrán y en la manilense Universidad de Santo Tomás. En 1875, cuando estaba a mitad de sus estudios de Medicina, fue invitado a París por uno de sus tíos, que se había visto forzado a abandonar las Filipinas tras su participación en el Motín de Cavite (1872). En la capital gala terminó su carrera, entró en contacto con las principales corrientes filosóficas del momento, se inició en la masonería y comenzó a tomar conciencia de la riqueza cultural, antropológica y lingüística de sus islas; por este motivo, se matriculó en la École Nationale des Langues Orientales, donde estudió el idioma malayo, de la misma familia que el tagalo. Tras 15 años en Europa, regresó a Manila, vía Barcelona, en 1887. Instalado en su ciudad natal, y convencido de la necesidad de la independencia de su país tras casi 400 de presencia española, se significó en la lucha (intelectual) contra la metrópoli: en 1896 se unió a la sublevación y participó en el congreso constitucional de Malolos. Al término de la Guerra hispano-estadounidense (1898), y como claro ejemplo de su ambigua y cambiante posición ideológica, apoyó la expansión de la lengua inglesa y la inclusión de las Filipinas en el seno de los Estados Unidos; con tal fin fue uno de los fundadores, en 1900, del Partido Federal. Amparado por las nuevas autoridades norteamericanas, Pardo de Tavera, que viajó varias veces a Washington, desempeñó diversos cargos administrativos y gubernamentales, que culminaron con su nombramiento como director de la Biblioteca y del Museo Nacional, aunque siempre disfrutó de tiempo para dedicarlo a diversas actividades investigadoras y eruditas. Nuestro protagonista falleció en Manila, en 1925, con 68 años de edad. Pese a ser una de las personalidades filipinas más relevantes del primer cuarto del siglo XX, el juicio de la Historiografía posterior –sin infravalorar sus aportaciones científicas y humanísticas– ha hecho hincapié en su carácter voluble y acomodaticio.
El estudio de las lenguas filipinas fue una de las primeras obsesiones del manilense. Su Contribución para el estudio de los antiguos alfabetos filipinos, redactado y publicado durante su estancia en París, se basa en la obra Consideracions sur les alphabets des Philippines (Impremerie Royale, París, 1831), del orientalista belga Eugène Jacquet (1811-1838), y fue un gran éxito editorial, pues ha sido publicado en 17 ocasiones hasta la actualidad. A continuación, y aún en Francia, llevó a las prensas El sánscrito en la lengua tagala, en el que trató de esclarecer las raíces indoeuropeas del principal idioma de la isla de Luzón. Este trabajo, articulado en forma de pequeño glosario, está compuesto por casi 200 entradas y le fue dedicado a Seguismundo Moret (1838-1913), entonces, a la cabeza del Ministerio de Ultramar. Finalmente y ya en Manila, editó un nuevo estudio, Consideraciones sobre el origen del nombre de los números en tagalog, que vio 15 ediciones a lo largo del siglo XX y que había sido publicado con anterioridad en el periódico La España Oriental.
Jaime Peña Arce