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Marcos Sastre, de origen uruguayo, fue un maestro que desarrolló toda su actividad profesional y cultural en Argentina. Nació en Montevideo (Uruguay) en 1809 y, pese a haber recibido su primera formación allí, pronto fue enviado a la ciudad argentina de Córdoba, donde continuó sus estudios hasta 1827. Se ausentó temporalmente para mejorar su técnica pictórica en Buenos Aires (Argentina) y, a su regreso, entre 1826 y 1829, cursó varias asignaturas como Lógica, Metafísica, Matemáticas, Filosofía y Física en la Universidad de Córdoba y abrió una escuela. En 1830, de nuevo en la capital argentina, retomó la pintura e ingresó en la Universidad de Buenos Aires para estudiar Derecho, si bien nunca completó la carrera. Regresó temporalmente a su país natal para ocupar el cargo de oficial mayor de la Secretaría del Senado; a la vista de los conflictos políticos en Uruguay entre los generales Juan Antonio Lavalleja (1784-1853) y José Fructuoso Rivera (1784-1854), decidió volver a Buenos Aires en 1833. Allí abrió la Librería Argentina, un establecimiento en el que se congregó la intelectualidad del país en el Salón Literario que Sastre inauguró en 1835. Estas reuniones fueron la génesis de la Asociación de Mayo (1837), un grupo político rápidamente disuelto por el gobernador Juan Manuel de Rosas (1793-1877). Como consecuencia de las represalias que tomó Rosas contra la agrupación, así como sus simpatizantes, Sastre se mantuvo oculto en la ciudad. Sus bienes, que le habían sido confiscados, le fueron devueltos y, en 1842, ingresó en el Colegio Republicano Federal como subdirector y, más tarde, como profesor. Sus desavenencias con el régimen persistieron, así que decidió instalarse en San Fernando (Argentina) donde estableció una escuela en 1842. Buscó nuevas oportunidades en Entre Ríos (Argentina), donde fundó el primer periódico de la ciudad El progreso de Entre Ríos (1849). Al poco fue llamado por el general Pascual Echagüe (1797-1867) a Santa Fe (Argentina) para dirigir el Colegio San Jerónimo y la biblioteca de la ciudad. De vuelta a Entre Ríos, dirigió El Federal, periódico oficial, a petición del gobernador de la provincia, Justo José de Urquiza (1801-1870), quien lo designó inspector general de escuelas en 1850. Regresó a Buenos Aires en 1852 para desempeñar el cargo de director de la Biblioteca Pública, pero por poco tiempo, pues, por su relación con Urquiza, fue apartado del puesto en 1853. Volvió su refugio de San Fernando y, apenas dos años más tarde, comenzó su ejercicio como inspector general de escuelas, que lo llevó por varias ciudades argentinas. En 1864 es nombrado jefe de Departamento de Primeras Letras, encargo al que renunció por motivos ideológicos, y, en 1865, director de la Escuela Normal. En ese mismo año, cesó toda su actividad docente por falta de apoyo político y se instaló nuevamente en San Fernando. El último cargo que ostentó fue el de miembro del Consejo Nacional de Educación, que aún ocupaba cuando falleció en Buenos Aires en 1887.
Las publicaciones de Sastre están destinadas a la instrucción de los jóvenes por lo que todas comparten el carácter didáctico. Tres ortografías vieron la luz bajo su nombre: la Ortografía completa (1856), cuyo primer volumen está reservado para la exposición teórica, mientras que el segundo, que reaparecerá en volumen aparte tres años más tarde con el título de Vocabulario ortográfico […] (1859), reúne en un vocabulario voces de ortografía dudosa; la Ortografía castellana americana, de cuya primera edición no se han encontrado noticias, en la cual combina sus reglas ortográficas con la doctrina académica; y la tercera, Lecciones de ortografía, o Compendio de ortografía completa (1861), que sirvió como libro de texto en las escuelas argentinas y uruguayas. También lo fueron sus Lecciones de gramática, lo cual explica las dieciséis ediciones que se imprimieron de la obra a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX (Lecciones de gramática castellana, 16ª ed., Igon Hermanos, Buenos Aires, 1885). La división cuatripartita de la gramática escolar no es equilibrada, pues, siguiendo con la tradición del género, se dedica un mayor espacio a la morfología española. De similares características, aunque recibido con menor aceptación, es el Curso de la lengua castellana. Otra obra que gozó del favor del público fue su Anagnosia, un método novedoso para la enseñanza de la lectoescritura basado en la mnemotécnica. Por otra parte, cabe mencionar el glosario que añadió, también con un objetivo didáctico, a continuación de su Compendio de la Historia Sagrada con el título de «Diccionario de todas las voces empleadas en el precedente Epítome, con la significación particular de cada una». Además de la obra lingüística, se pueden apuntar otros títulos de su producción: Lecciones de Aritmética para las escuelas primarias de niños y niñas (Imprenta de La Revista, Buenos Aires, 1855), Guía del preceptor. Contiene varios informes sobre el estado de la educación primera y las mejoras que reclama (Librería de D. Pablo Morta, Buenos Aires, 1862), Consejos de oro sobre la educación, dedicada a las madres de familias y a los institutores (Librería de D. Pablo Morta, Buenos Aires, s. a.) y El Tempe Argentino, o El delta de los ríos Uruguay, Paraná y Plata (Imprenta de Mayo, Buenos Aires, 1858), entre otros.
Leticia González Corrales