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Marco Fidel Suárez fue un político conservador, académico y gramático colombiano, que vivió a caballo entre el siglo XIX y el XX. Además, entre 1918 y 1921, fue el 32.º presidente de la República de Colombia. Nació en el municipio antioqueño de Hatoviejo (hoy, Bello), en 1855, como hijo natural en el seno de una familia extremadamente humilde. Desde niño, destacó por su brillantez intelectual, augurio –pese a la precaria economía familiar– de una prometedora carrera académica, desarrollada gracias a becas y al apoyo de sus maestros. Tras pasar por varias escuelas rurales, fue matriculado, en 1869, en el seminario de Medellín, donde por espacio de siete años estudió Latinidad, Filosofía, Derecho canónico y Teología. En 1876, completada su formación, decidió abrazar el sacerdocio, pero, debido a su irregular origen familiar, se le prohibió la ordenación. Disgustado y algo desorientado, el antioqueño solicitó el puesto de maestro en la escuela de niños de su localidad natal, trabajo que desempeñó hasta 1879. En los estertores de la Guerra civil colombiana de 1876 a 1877, y debido a sus profundas convicciones religiosas y conservadoras, tomó partido durante el frustrado golpe de estado contra el gobierno liberal del estado de Antioquia; tras el fracaso de ese pronunciamiento, perdió su puesto de trabajo como maestro y se trasladó en busca de nueva fortuna a Bogotá, donde estaba instalado en 1880. En la capital colombiana, y por espacio de cuatro años, fue alumno y catedrático en el Colegio del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, comenzó a introducirse en los círculos culturales de la Atenas de Sudamérica. Así, nuestro protagonista comenzó a interesarse por la obra gramatical de Andrés Bello (1781-1865), sobre la que escribió un opúsculo en 1881 que le valió su entrada, a propuesta de Miguel Antonio Caro (1843-1909) y Carlos Martínez Silva (1847-1903), en la Academia Colombiana de la Lengua y, como correspondiente, en la Real Academia Española. Es de destacar que sus paisanos, orgullosos por el triunfo de su vecino, cambiaron en ese momento el nombre de su localidad natal: de Hatoviejo pasó a llamarse Bello. También durante el primer lustro de la década de 1880, conoció al afamado gramático Rufino José Cuervo (1844-1911), a quien ayudó en la redacción de su Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana; además, por breves meses ocupó la dirección de la Biblioteca Nacional. En 1885 fue llamado para ocupar un puesto en el Ministerio de Relaciones Exteriores, cargo que despertó su curiosidad por los asuntos internacionales y que lo acercó a la política, quehacer que ya no abandonó nunca, aunque hasta finales del siglo lo alternó con el ejercicio de la docencia como profesor de Derecho internacional. Desde 1885, siempre en las filas conservadoras, ejerció como senador y diputado hasta que, en 1900, abandonó el Ministerio de Instrucción Pública como protesta ante el golpe de estado dado contra Manuel Antonio San Clemente (1813-1902, presidente de Colombia entre 1898 y 1900), encabezado por su propio vicepresidente y por facciones hostiles del Partido Conservador. Durante 10 años, Suárez trabajó como jefe de su partido para, en 1911, regresar como ministro a la primera línea de la política, bajo las órdenes de Carlos Eugenio Restrepo (1867-1937, presidente de Colombia entre 1910 y 1914) y José Vicente Concha (1867-1929, presidente de Colombia entre 1914 y 1918), a quien sucedió como presidente de la República. La presidencia de Suárez (1918-1921) vino marcada por la inestabilidad y las contradicciones; además, su biografía más íntima se vio sacudida por profundas tragedias personales. Dimitió de todos sus cargos en 1921 y, aunque continuó en la arena política, se refugió durante largos periodos en la creación literaria, labor en la que destacan los 12 tomos de la serie Sueños de Luciano Pulgar, parcialmente autobiográfica, que justifican su apodo, acuñado por Juan Valera (1824-1905), de Cervantes americano. De esta manera transcurrieron los últimos años de la vida de Marco Fidel Suárez hasta que la muerte lo sorprendió en 1927, con 72 años, en Bogotá. Hoy, una universidad de Antioquia lleva su nombre como homenaje a su figura y a sus logros.
El trabajo filológico de este autor, aunque bastante irregular en el tiempo, se centró en la descripción gramatical de la lengua castellana; no obstante, sus frutos palidecen si se comparan con los de otros gramáticos de la antigua Nueva Granada, tales como Bello, Caro o Cuervo. Comenzó, en 1881, con un estudio de la obra de Bello; ese texto, ampliado y con un nuevo título, volvió a ser publicado en Madrid en 1885. Por aquellos años, decidió emprender la composición de una gramática histórica, proyecto que finalmente abandonó. A continuación, realizó, escondido tras un psedónimo, Sobrino de don Manuel González Mogollón, un examen gramatical a la novela Pax, de Lorenzo Marroquín (1856-1918) y José M.ª Rivas Gorot (1864-1923), una ficción satírica en la que Suárez se creyó ver reflejado; el resultado, producto más de una venganza que de un análisis riguroso, fue bastante negativo. De 1910 data su disertación sobre el español de Colombia, discurso pronunciado en la Academia bogotana, que consta de dos partes: la primera, en la que hace un resumen de la evolución del castellano en su país; y la segunda, en la que realiza un cotejo entre el habla popular americana (más concretamente, colombiana y antioqueña) y la lengua literaria de los escritores peninsulares. Póstumamente, el académico Eduardo Caballero Calderón (1910-1993) seleccionó todas las reflexiones gramaticales que el antioqueño había vertido en sus Sueños de Luciano Pulgar y publicó con ellas un libro.
Jaime Peña Arce