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Santiago Pérez Manosalva –también conocido como Santiago Pérez de Manosalbas– fue un gramático, pedagogo, diplomático y político liberal colombiano del siglo XIX; además, entre 1874 y 1876, fue el 12.º presidente de la República de Colombia. Nació en la localidad de Zipaquirá (departamento de Cundinamarca), al norte de Bogotá, en 1830, en el seno de una modesta familia de agricultores. Gracias a su brillantez académica, estudió en el Colegio del Espíritu Santo, una de las instituciones de enseñanza más prestigiosas de la Bogotá decimonónica, fundada por su amigo y mentor Lorenzo María Lleras (1811-1868), donde terminó los estudios de Derecho, profesión que nunca ejerció. Para costearse la carrera, trabajó simultáneamente como profesor de Lengua española; entre sus discípulos, cabe destacar al afamado gramático Rufino José Cuervo (1844-1911), a quien nuestro protagonista introdujo en la obra de Andrés Bello (1781-1865). Desde muy temprana edad, el cundinamarqués cultivó el periodismo en defensa de su ideología liberal, y fue muy crítico con la política intervencionista estadounidense en el Continente hispanoamericano. A comienzos del decenio de 1860, y dentro de las enormes turbulencias políticas de la Colombia del momento, se convirtió en miembro activo del gubernamental Partido Liberal, a cuyas órdenes ejerció como embajador en Washington (1868-1873). A su vuelta de los Estados Unidos, en 1874, fue nombrado presidente de la República, cargo que ejerció durante dos años. A partir de 1880, con el retorno al poder de los conservadores, apoyados en el Partido Nacional de Miguel Antonio Caro (1843-1909), Pérez Manosalva ejerció una oposición activa, que le granjeó numerosas enemistades. En 1885, cansado de la situación, se expatrió voluntariamente; sin embargo, en 1891 retornó a su patria y se dedicó a la administración de diferentes instituciones educativas, como la Universidad Externado de Colombia o la Universidad Nacional de Colombia. En 1895, durante la presidencia de Caro, su gran enemigo (pese a que los dos, junto al discípulo de Pérez, Rufino José Cuervo, fueron miembros fundadores de la Academia Colombiana de la Lengua), fue desterrado definitivamente, al ser considerado un riesgo para la seguridad nacional. Con 65 años, se instaló en París, ciudad en la que murió cinco años más tarde, en 1900. Sus restos fueron inhumados en un cementerio de la capital gala, donde descansaron hasta 1952, fecha en la que fueron repatriados a Colombia; desde ese momento, descansan en el Cementerio Central de Bogotá.
El trabajo filológico de este autor data de su época de juventud, mientras trabajaba como profesor para costearse los estudios de Derecho, y supuso el inicio de la extensión de la doctrina gramatical de Bello en Colombia. Gracias al camino abierto por Pérez, este tipo de estudios florecieron en la Atenas de Sudamérica, hasta su eclosión, en torno a 1881, fecha del primer centenario del nacimiento del gran lingüista neogranadino. No obstante, como ya se ha apuntado, los orígenes de toda esta corriente se remontan a 1853, año en el que –bajo el pseudónimo «Un granadino»– nuestro liberal llevó a las prensas un Compendio de gramática castellana, basado en los textos del lingüista venezolano, cuya propuesta ortográfica respetó. Esta obra, de clara intencionalidad pedagógica, fue declarada libro de texto obligatorio en las escuelas bogotanas en 1863. Dicho manual está dividido en seis partes: ortología, lexigrafía –por etimología, término tomado de la obra de la obra de Pedro Martínez López (1797-1867)–, sintaxis, prosodia, métrica y ortografía. Pese a su relevancia posterior, el Compendio de Pérez apenas si se ha estudiado. Por otro lado, algunas fuentes le atribuyen otros títulos de contenido filológico, tales como Gramática filosófica del idioma español o Gramática abreviada de don Andrés Bello; de ser cierto, dichas obras no están localizables.
Jaime Peña Arce