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Vida
Juan de Caramuel Lobkowitz fue uno de los intelectuales españoles más importantes del s. XVII. Nació en Madrid en 1606, hijo de un ingeniero bohemio, Lorenz Caramuel, al servicio de los austrias españoles y de una austriaca, Katharina von Frisse-Lobkowitz –de la noble familia danesa Frisse, emparentada con la casa real–, y nieto de Eugen Caramuel, noble luxemburgués que llegó a España con Carlos V. Su padre era aficionado a la astronomía, por lo que desde muy pequeño nuestro Caramuel adquirió conocimientos en esa disciplina, y en matemáticas. Con el maronita Juan de Esron, arzobispo de Líbano, estudió gramática y aprendió lenguas orientales, griego, hebreo, caldeo y sirio. Se formó en el colegio de los jesuitas de Madrid durante tres años, y a los nueve de edad ingresó en la Universidad de Alcalá, donde alcanzó el grado de bachiller a los doce, y poco después el de doctor en Filosofía, tras lo que, en 1625, ingresó en la regla del Cister, en el monasterio de la Espina (Valladolid), y completó sus estudios de Filosofía en el monasterio de Monte de Rama (Orense) y de Teología en el de Santa María del Destierro (Salamanca). Fue profesor de Teología en el colegio de su orden en Alcalá, y en la Universidad de Salamanca, de allí se trasladó a Portugal, que todavía formaba parte de la corona española, donde en¬señó matemáticas, y aprendió chino (escribió una Grammatica sinensis, inédita). Después marchó a Europa, llevando a cabo cuantas misiones se le encomendaban por la corona, unas de carácter político, otras eclesiásticas. No fue ajeno a varias de las disputas científicas de la época, de física, de leyes naturales, de geografía, de astronomía. Se doctoró en Teología en la Universidad de Lovaina (1638), y logró la abadía de Disibodenberg an der Nahe (Renania-Palatinado, Alemania), donde convirtió al catolicismo a los calvinistas, habitantes y predicadores, pero con la ocupación sueca se tuvo que marchar a Brujas, refugiándose en el convento de San Andrés; de aquí también fue expulsado y se trasladó a Bruselas. Vivió en Lovaina entre 1640-1643, y enseñó Teología en el colegio de Aulne. Entre 1643 y 1644 estuvo en Maguncia, como abad del monasterio de Disemberg. Además de realizar viajes por distintas ciudades imperiales y de los Países Bajos, ocupó varios cargos de cierta importancia en países diferentes: fue abad del monasterio de Melrose (Escocia) y vicario general de los cistercienses en Inglaterra, aunque no llegó a ir a esos lugares, y abad de los monasterios del Palatinado, Amberes, Espira y Frankenthal, del de Monserrat y el adjunto de Emaús en Praga y del de Viena (1647-1648), así como vicario general de Praga. Participó en la Paz de Westfalia (1648), con la que se ponía fin a la Guerra de los treinta años (1618-1648), defendiendo los intereses de Felipe IV (1605-1665, rey desde 1621) frente al Vaticano. En 1655 su amigo el papa Alejandro VII (Flavio Chigi, 1559-1667, papa desde 1655) lo nombró consultor para las Congregaciones de la Inquisición y los Ritos, en Roma, y parece que pensó en él como cardenal, si no se lo pidió el propio Caramuel, pero las enemistades que iba sembrando por todos los sitios no lo hicieron posible. Habiendo perdido el favor del papa, es nombrado en 1657 obispo en Campagna (en la actual provincia de Salerno, en Campania, Italia) para alejarlo de Roma, donde se encontró con un ambiente de escasa altura intelectual y económica. Tras el rápido paso por el papado de Clemente IX (1600-1669, papa desde 1667), Clemente X (1590-1676, papa en 1670), con el apoyo del conde de Peñaranda (Gaspar de Bracamonte Guzmán y Pacheco de Mendoza, 1590-1676), virrey de Nápoles entre 1658 y 1664, y con el apoyo de la Corte, lo nombra en 1670 obispo de Otranto (provincia de Lecce, en Apulia), lo que no acepta, y en 1673 de Vigevano (en la provincia de Pavía, en Lombardía, Italia), donde pasó los últimos años de su vida. Perdió la vista de un ojo en 1680 y del otro en 1681. Murió en esa ciudad en 1682.
Caramuel fue un autor enormemente prolijo, cuya producción se cifra en 262 obras, de las que la mayor parte nunca vio la luz, pues solamente 66 pasaron por la imprenta, y son muy pocas las de interés lingüístico, gramatical. En la Grammatica audax, contenida en la primera parte de su Complectens Grammaticam audacem, cuius partes sunt tres (1654), la Methodica, se manejan los postulados de la gramática especulativa medieval. Esta gramática es audax por lo novedoso de los planteamientos, que hay que poner en relación con sus consideraciones lógico-filosóficas expuestas en otras obras suyas, haciendo un paralelismo entre los principios gramaticales y los teológicos. En ella muestra ciertas concomitancias entre la gramática y la realidad, por ejemplo, entre el género gramatical y el sexo. Trata primero de las partes de la oración, y, después, de la sintaxis, si bien de una manera rápida, ocupándose de la concordancia y de la construcción del genitivo y del dativo. En su exposición se sitúa entre la gramática especulativa tradicional y la racionalista, desligándose de las lenguas en particular para buscar el fundamento filosófico de la expresión. Se considera a esta gramática como uno de los antecedentes de la Grammaire générale et raisonnée de Port-Royal. Aunque el propio autor dice que la primera edición de la Grammatica audax se publicó en 1651, no se conoce ningún ejemplar de ella, ni se tienen más datos.
En el Primus calamus ob oculos ponens metametricam (de 1663) incluiría una pequeña gramática española e italiana, «El arte de hablar, o El modo de hablar bien», que, por su brevedad y su finalidad más práctica, también se enmarca dentro de la gramática especulativa.
Por último, en 1665, dio a la luz su Apparatus philosophicus, qvatvor libris distinctvs, un libro singular en el que describe varias lenguas occidentales –se dice que dominaba nada menos que 24–, comenzando por la descripción de las letras y los sonidos (cuestión que también formaba parte de la Grammatica audax, y, con mayor brevedad, de «El arte de hablar, o El modo de hablar bien»), para pasar después a las cifras donde propone una lengua universal basada en las lenguas naturales.
A esas obras cabría añadir alguna más (la gramática china ya aludida, entre otras), cuya enumeración y descripción, con amplios comentarios, puede verse en el trabajo de Miguel Ángel Esparza que se cita en la bibliografía.
Manuel Alvar Ezquerra