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Tiburcio Hernández fue un letrado y pedagogo español, activo durante el primer cuarto del siglo XIX. Gran parte de la biografía de este autor nos es desconocida. Se sabe que nació en 1772, aunque se desconoce dónde, así como cuál era la calidad de su familia y cómo transcurrieron sus primeros años de vida. Parece que estudió Derecho, seguramente en la Universidad de Alcalá –aunque este extremo no se ha podido llegar a confirmar–, a cuyo claustro de profesores llegaría a pertenecer en los años posteriores. Las primeras noticias fiables sobre la vida de Hernández lo sitúan en la Sociedad Económica Matritense de Amigos del País en torno a 1809, durante el reinado de José I Bonaparte (1768-1844, rey de España entre 1808 y 1813); este hecho evidencia a las claras la tendencia afrancesada de nuestro protagonista, mantenida durante toda la Guerra de la Independencia (1808-1814). Con el retorno al trono de Fernando VII (1784-1833, rey de España en 1808 y entre 1814 y 1833), fue depurado por breves años. En 1817 regresó a la Sociedad Económica Matritense, aunque fue nuevamente depuesto en 1819, y comenzó a dirigir el Colegio Nacional de Sordomudos. Pese a su clara tendencia antiabsolutista, que le valió la restitución de todos sus cargos durante el Trienio Liberal (1820-1823), parece que en algún momento fue acusado de complicidad con el despotismo. Sin embargo, tal acusación no puede estar más lejos de la realidad: Tiburcio Hernández destacó como liberal y, dentro de su quehacer como profesional de la abogacía, representó a diversos ayuntamientos levantinos (Elche, Novelda o Alberique) en el contexto de los numerosos pleitos abiertos en la época por la abolición de los señoríos jurisdiccionales, según lo dispuesto en la Constitución de 1812. Con el final del breve paréntesis constitucional cayó en el ostracismo y tuvo que marcharse de España. Poco es lo que se conoce sobre los últimos tres años de su vida, ya que su fallecimiento se produjo en 1826, pues no sabemos en qué lugar se exilió ni las condiciones en las que tuvo lugar su temprana muerte.
El trabajo filológico de Tiburcio Hernández guardó una clara relación con sus desvelos en pro de la educación del alumnado sordomudo. Respecto a este particular, destaca su obra Plan de enseñar a los sordo-mudos el idioma español, que fue publicada en 1815. No obstante, el texto original fue compuesto varios años antes, en 1809, y se ha conservado en forma de manuscrito en la Biblioteca Nacional de España. Sea como fuere, Hernández tomó como base los trabajos de Juan Pablo Bonet (1573-1633) y se centró en la enseñanza de la pronunciación y en el uso y escritura de las palabras. Como forma de evaluación propuso el ejercicio de la recitación.
Jaime Peña Arce