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Jerónimo Martín-Caro y Cejudo fue un humanista y latinista del Barroco español. Nació en la localidad manchega de Valdepeñas (Ciudad Real), en 1630, en una familia cuya calidad nos es desconocida, al igual que la mayor parte de los datos de su periplo vital. Por otro lado, resulta conveniente destacar que, en el tratamiento bio-bibliográfico del valdepeñero, hay un error que se ha venido repitiendo: Martín no era su segundo nombre, sino la primera parte del compuesto que tenía por primer apellido: Martín-Caro. Sea como fuere, parece que el joven Jerónimo pasó la infancia en su localidad natal, donde aprendió las primeras letras y rudimentos de nuestra lengua madre. Por su trayectoria posterior, se le presupone formación universitaria, pero se desconoce en qué institución la pudo adquirir: pudo ser en alguna de las universidades menores de su zona (Almagro, Úbeda, Baeza o Jaén), en alguna de las principales academias de la España del siglo XVII (Granada, Toledo, Alcalá o Salamanca) o en el Colegio Imperial de Madrid, cuartel general de los jesuitas ibéricos; a este respecto y a fecha de hoy, no hay nada esclarecido. Sí se sabe con certeza que, en torno a 1660, regresó como catedrático de Latinidad a la Mancha: primero, a Manzanares (Ciudad Real) y, más tarde y de forma definitiva, a su Valdepeñas nativo, donde se casó y formó una familia. Algunas fuentes señalan que, durante su más temprana juventud, fue ordenado sacerdote, hecho que aducen para justificar lo tardío de su matrimonio. Consagrada a tareas docentes y eruditas trascurrió la vida del manchego, que murió durante 1712, en medio de las turbulencias de la Guerra de Sucesión española (1701-1713), en la localidad ciudadrealeña donde había nacido 82 años atrás.
Martín-Caro siguió la estela de Bartolomé Jiménez Patón (1569-1640), el latinista manchego más importante de la generación anterior. Es de destacar que en un momento en el que la obra nebrisense –en su versión adaptada por Juan de la Cerda, S. I. (1558-1643)– era el texto sancionado como oficial para el Reino de Catilla, ambos se decantaron por el método de Francisco Sánchez de las Brozas, El Brocense, (1523-1600), que se iba abriendo paso por su mayor racionalidad. Esta coincidencia permite postular la existencia de una conexión, más o menos estrecha, entre Jiménez Patón y Martín-Caro. En este sentido, nuestro protagonista llevó a las prensas una Explicación del libro IV y V del Arte nuevo de Gramática de Antonio de Nebrija, que alcanzó una extraordinaria difusión en los estudios manchegos de la época. En este manual, escrito en castellano y basado en los trabajos de otro latinista manchego, Pedro Collado Peralta (¿finales del s. XVI?-1641), se hace una apología de los métodos más racionales, acuñados por el latinista cacereño, y se censura la creación de falsos adagios latinizantes, formados mediante la traducción literal de expresiones castellanas a la lengua del Lacio. En esta línea, y como trabajo que consagró a Martín-Caro, se inserta su segunda obra, un repertorio de refranes y modos de hablar con su verdadero equivalente en lengua latina. Este texto, de gran popularidad, fue reimpreso en 1792 con un título parcialmente distinto al original.
Jaime Peña Arce