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Francisco Cervantes de Salazar fue un cronista de Indias y humanista español del siglo XVI. Nació en Toledo, en el seno de una familia acomodada e hidalga (oriunda la comarca de Torrijos), en una fecha desconocida, pero que oscila entre 1514 y 1518. El joven Francisco pasó la infancia en su ciudad natal, y allí aprendió las primeras letras bajo el magisterio del humanista toledano Alejo de Venegas (1497 o 1498-1562), quien influyó hondamente en el devenir intelectual de nuestro autor y con el que mantuvo una asidua correspondencia a lo largo de toda su vida. Tras completar su formación en la Universidad de Salamanca, de la que salió como bachiller en Cánones, viajó, en 1539 y dentro del séquito del emperador Carlos V (1500-1558, rey de España entre 1516 y 1556), a Flandes, donde pudo conocer el pensamiento erasmista y trabar relación con otro de los grandes humanistas españoles, Juan Luis Vives (1492-1540), justo antes de la temprana muerte de este. Después de breves meses, a su regreso a España, miembro ya de pleno derecho de la corte imperial, comenzó a trabajar a las órdenes del poderoso cardenal García de Loaísa, O. P. (1478-1546), confesor del Emperador, arzobispo de Sevilla y –a la sazón– presidente del Consejo de Indias, a cuyo servicio permaneció hasta 1545; a través de su protector, el toledano trabó una intensa relación con Hernán Cortés (1485-1547), ya de vuelta en España, quien lo sugestionó con sus relatos acerca de la epopeya indiana y de las maravillas de la Ciudad de México. Al quedarse sin valedores tras la muerte de Cortés y de Loaísa, intentó acercarse al entorno de otro cardenal, Juan Martínez Silíceo (1477-1557), arzobispo de Toledo; al no lograrlo, se asentó en la Universidad de Osuna, institución en la que, entre 1548 y 1551, ejerció como catedrático de Retórica. En ese último año, 1551, Cervantes de Salazar, movido probablemente por los repetidos anuncios públicos del primer virrey de México, Antonio de Mendoza (1490 o 1493-1552, virrey de la Nueva España entre 1535 y 1550), quien trataba de reclutar docentes para la creación de una Universidad en la capital novohispana –junto con la curiosidad que Cortés había despertado en su ánimo–, se trasladó al Nuevo Mundo, donde residió hasta su muerte. Recién llegado a México, trabajó como maestro particular de Gramática hasta que, en 1553, se inauguró la Universidad, en la que él –además de ser el encargado de la lectura del discurso inaugural– desempeñó desde el principio un papel muy relevante como, igual que en la de Osuna, catedrático de Retórica; además, aprovechó el tiempo para completar su formación (se licenció en Artes y en Teología, disciplina en la que se doctoró diez años después) y, en 1554, se ordenó sacerdote. Los 25 años de residencia mexicana fueron dedicados por nuestro protagonista al cultivo de diferentes disciplinas humanísticas, tales como cuestiones teologales y filosóficas, crónicas y disertaciones sobre la historia del Virreinato o descripciones geográficas. Durante los años finales de este periodo, su talante abierto, cercano al Humanismo cristiano, se fue tornando cada vez más conservador, lo que lo llevó a participar en diferentes procesos inquisitoriales por posesión de libros prohibidos (y se inclinó, en todos ellos, porque le fuera dado tormento al acusado). Francisco Cervantes de Salazar falleció en la Ciudad de México, en 1575, rodeado de un enorme prestigio y reconocimiento por su labor intelectual.
Dentro de la producción erudita de nuestro protagonista, el trabajo filológico no fue el más abundante. A los pocos años de arribar a México, publicó, con el fin de emplearlo como libro de texto en sus clases de Retórica, sus Commentaria in Ludovici Vives Exercitationes linguae latinae, una obra plural (parcialmente compuesta ya en España) que, además de glosar los diálogos que Vives dirigió a Felipe II (1527-1598, rey de España entre 1556 y 1598) para su instrucción en la lengua latina, incluyó otros siete coloquios en latín –tres de ellos, sobre temas mexicanos–; estos tres últimos diálogos, considerados los primeros testimonios de la vida cotidiana de la capital novohispana, fueron traducidos y editados (Antigua Librería de Andrade y Morales, Ciudad de México, 1875) por Joaquín García Icazbalceta (1825-1894). En los Commentaria de Cervantes de Salazar, páginas que –además– incluyen la primera semblanza biográfica sobre el humanista valenciano, el texto original de Vives se reproduce en su totalidad y, de forma intercalada, se van introduciendo glosas explicativas; esta parte de las obra ocupa las hojas 4-227 del volumen. El número total de ejemplares conservados de la obra del toledano es escasísimo (probablemente, solo se conserve uno, el que García Icazbalceta empleó para su edición); este hecho ha forzado que los Commentaria –cuyo título original se desconoce, pues el ejemplar conservado perdió su portada– hayan pasado prácticamente desapercibidos para la investigación y justifica la ausencia de estudios de que adolece.
Jaime Peña Arce