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Lorenzo Hervás y Panduro nació en Horcajo de Santiago (Cuenca, España) en el seno de una familia de modestos labradores. Ingresó en la Compañía de Jesús en Madrid en 1749, y entre 1752 y 1760 estudió Filosofía y Teología –aunque también Cánones, Matemáticas y Astronomía– en Alcalá de Henraes. Se ordenó sacerdote en 1760. Durante unos meses desempeñó labores pastorales en el obispado de Cuenca. A finales de ese año ya se encontraba en el colegio de la Compañía en Cáceres como maestro de Latín, donde permaneció por espacio de cuatro años, al término de los cuales se trasladó a Huete (Cuenca), donde impartió clases de Teología Moral. Llegó a Madrid en 1765 (otras fuentes señalan su llegada a la capital en 1761, aunque parece descartado, pues esta cronología distorsionaría gran parte de sus acontecimientos vitales) para enseñar Metafísica en el Seminario de Nobles. En 1766 impartió clases en Murcia, donde se especializó en estudios demográficos. Con la noticia de la expulsión de los jesuitas (1767) Hervás marchó al exilio italiano y, previo paso por Córcega, llegó a Forlí (Emilia-Romaña, Italia), donde convivió con otros jesuitas de la provincia de Toledo (entre ellos Esteban de Terreros y Pando –1707-1782–, algo mayor que Hervás) y se entregó al estudio de las Matemáticas, la Astronomía y –debido al contacto con jesuitas de todas el mundo– al estudio de la Lingüística y a la compilación de gran cantidad de estudios sobre diversas lenguas. De Forlí se marchó en 1773, y en 1784 se instaló en Roma, donde se familiarizó con los novedosos métodos que para la enseñanza de sordomudos circulaban por Europa, métodos que más tarde traería a España. Volvió a la Península en 1789, acogiéndose a un decreto de Carlos IV (1748-1819) que permitía a los jesuitas regresar a España siempre que no se instalaran en Madrid; por este motivo se fue en Barcelona, donde abrió la Escuela Municipal de Sordomudos y continuó sus labores de investigación en diversos campos aprovechando la calidad de los archivos y bibliotecas de la capital catalana. De Barcelona regresó a su localidad natal, estancia que aprovechó para estudiar las ruinas romanas de Segóbriga. En 1802, tras la revocación del decreto que había permitido su regreso, Hervás regresó a Roma donde –después de recibir merecido reconocimiento por la comunidad intelectual y la jerarquía vaticana– falleció en 1809. La admiración por su valía se extendió por toda Europa.
La labor intelectual del abate Hervás y Panduro fue excepcional, destacando sus tareas investigadoras y traductoras. En el plano de la Lingüística nos legó una Gramática de la lengua italiana –que contenía una «Colección de los nombres y verbos más usados en las conversaciones ordinarias», copia de la nomenclatura de Terreros– y su Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas, producto de su convivencia con compañeros jesuitas de todos los lugares, reimpreso sucesivamente en Madrid en los primeros años del s. XIX.
Jaime Peña Arce